El primer domingo del año
Siempre los domingos son cosa extraña si lo comparamos con el resto de la semana. Cada uno de los días que la componen posee una esencia, sabor, olor, hasta color distinto independientemente de la estación del año o los acontecimientos globales.
Como si fuera en defensa propia, los domingos transcurren en cámara lenta (o al menos eso quisiéramos), son jornadas donde el marasmo y la modorra son amas y señoras, y si no tienes un buen libro qué leer, tv por cable, membresía con Blockbuster o de jodido alguien a quién visitar, estás perdido.
Los enemigos del marasmo (o lo que es lo mismo en estas tierras donde si no estás ocupado eres un huevón) tratas de llenar el séptimo día de ruidos, compromisos, carnes asadas, pañales sucios o cualquier chingadera, el caso es no dejar que sus garras nos alcancen. Es como una centenaria maldición a la cual es necesario evadir a toda costa.
Algunos dicen que los domingos son deprimentes. Que no existe en el mundo cosa tan terrible como una tarde dominical, tirados en silencio en el sofá, con la mirada puesta en el polvo que flota en el aire y es visible gracias a la luz externa que se cuela por el resquicio de una ventana (en lo personal esa imagen me parece encantadora), y cada que piensas que ha pasado una enormidad de tiempo, miras el reloj y resulta que sólo han transcurrido tres minutos.
Dice mi gurú Millás que los domingos son unidimensionales y tristes. Paradójicamente, hace tanto tiempo que no vivo uno así que hasta lo extraño.
Mis séptimos días suelen ser bulliciosos, la mayoría de las veces muy a mi pesar. Cada fin de semana me hago el propósito de “no más”, y envolver a mi casa en un silencio que sólo sea roto por el zurreo de palomas y tórtolas. Sin televisor, reproductor de CD, computadora y si fuera posible, sin gente. A veces temo que la vejez sea precoz en mí o que mi vena anacoreta aflore cada vez con más enjundia, afortunadamente el temor es pasajero.
Pero hay otras seducciones allá afuera. Por ejemplo, la tarde de hoy fue maravillosa: clara, luminosa, seca, fresca y sin mucho tráfico, las mejores condiciones para caminar por la ciudad y si se tiene a la mano una cámara fotográfica, mucho mejor.
Qué lástima que el lunes gris plomo esté a la vuelta de la esquina.
Como si fuera en defensa propia, los domingos transcurren en cámara lenta (o al menos eso quisiéramos), son jornadas donde el marasmo y la modorra son amas y señoras, y si no tienes un buen libro qué leer, tv por cable, membresía con Blockbuster o de jodido alguien a quién visitar, estás perdido.
Los enemigos del marasmo (o lo que es lo mismo en estas tierras donde si no estás ocupado eres un huevón) tratas de llenar el séptimo día de ruidos, compromisos, carnes asadas, pañales sucios o cualquier chingadera, el caso es no dejar que sus garras nos alcancen. Es como una centenaria maldición a la cual es necesario evadir a toda costa.
Algunos dicen que los domingos son deprimentes. Que no existe en el mundo cosa tan terrible como una tarde dominical, tirados en silencio en el sofá, con la mirada puesta en el polvo que flota en el aire y es visible gracias a la luz externa que se cuela por el resquicio de una ventana (en lo personal esa imagen me parece encantadora), y cada que piensas que ha pasado una enormidad de tiempo, miras el reloj y resulta que sólo han transcurrido tres minutos.
Dice mi gurú Millás que los domingos son unidimensionales y tristes. Paradójicamente, hace tanto tiempo que no vivo uno así que hasta lo extraño.
Mis séptimos días suelen ser bulliciosos, la mayoría de las veces muy a mi pesar. Cada fin de semana me hago el propósito de “no más”, y envolver a mi casa en un silencio que sólo sea roto por el zurreo de palomas y tórtolas. Sin televisor, reproductor de CD, computadora y si fuera posible, sin gente. A veces temo que la vejez sea precoz en mí o que mi vena anacoreta aflore cada vez con más enjundia, afortunadamente el temor es pasajero.
Pero hay otras seducciones allá afuera. Por ejemplo, la tarde de hoy fue maravillosa: clara, luminosa, seca, fresca y sin mucho tráfico, las mejores condiciones para caminar por la ciudad y si se tiene a la mano una cámara fotográfica, mucho mejor.
Qué lástima que el lunes gris plomo esté a la vuelta de la esquina.
Comentarios
Es delicioso...
Así como también el salir a caminar (solía hacerlo cuando soltero) con una cámara en la mano, haciendo escala en el primer changarro donde vendieran nieve.
Mayo, Octubre y Noviembre son los mejores meses para esto; es experiencia propia, no me preguntes por qué en particular.
Yo por eso trabajo los domingos, por esa misma razon trabajo de noche. Porque todo mundo esta durmiendo, en la modorra o francamente en la pendeja.
Pero mi verdadera fobia son las mañanas de cualquier dia. De vez en vez tengo que lebantarme temprano para hacer tramites, cosas que solamente se hacen "en horas habiles" y cada vez confirmo por que detesto tanto las mañanas, porque ha sido en las mañanas cuando me han ocurrido las peores cosas en mi vida. Por la mañana he tenido que lebantarme para ir a la escuela, a un trabajo que no me gusta, ir en ayunas a que un doctor sadico me saque sangre de la manera mas terrible -con una jeringa- digo, habiendo mejores maneras como trompadas encabronadas (en caliente ni se siente) o mordidas pasioonales (¡Ay amor ya no me quieras tanto!) o a hacer cola ante la burocracia, o simplemente a que el banco me diga que NO.
Pero no todo esta perdido, los domingos y las mañanas tienen su razon de ser en el balance universal, es cosa de la dinamica de los opuestos, el Ying y el Yang pues, si no hubiera esos domingos comatosos, esas mañanas insufribles no habria esos dias de creacion, esas noches perras. Si no hubiera "esa gente simple a la que dios quiere tanto" no existiriamos nosotros, los mamones que disfrutamos encabronadamente de "la mala vida".
Salud.