Bones

Mientras se ronda por la frase común “esqueletos en el clóset” pueden acudir a la mente infinidad de imágenes que van desde lo literal, pasando por lo exquisitamente surrealista y hasta lo sofisticadamente complejo, so riesgo de que esto último suene a eufemismo (y eso quién sabe, en ocasiones lo simbólico es todo menos complejo).

Cuando la usamos va en el sentido de algún secreto ajeno o propio, por lo general vinculado a nuestro pasado-pasado o pasado inmediato, o si no, de plano a algo que no estamos dispuestos a revelar ni bajo el sopor cómplice del alcohol o al amparo de cualquier cosa que nos desinhiba, o, si nos ponemos dramáticos, no “cantaríamos” ni aunque fuéramos víctimas de un tehuacanazo, toques de genitales o madrina totalmente PGR o CIA (oh perdón, olvidé que ninguna de las dos no hace ninguna de esas cosas).

Ante los ojos de los demás, poseer secretos de esta índole nos hace lucir enigmáticos, interesantes, patéticos o casos perdidos, depende de la mirada del otro, y es proporcional a los fantasmas propios del observador. Sólo quien carga su propia bolsa de huesos en el hombro entiende el valor de ésta en alguien más.

Se supone que sin la carne, nervios y fluidos, los huesos no deben pesar mucho. Al menos la idea es esa. Pero no es cierto. En un descuido pueden aplastarte, inmovilizarte, acabar contigo. Es fácil decir: “debes deshacerte de ellos”. Y tal vez lo sea, siempre y cuando uno se refiera a los esqueletos ajenos.

Se puede vivir con ellos una vida entera. Podemos echarlos en un cajón y refundirlos en el intrincado armario de la mente e incluso olvidarnos de ellos una temporada, tal y como pasa con la ropa vieja, libros no leídos, películas ya vistas, cartas, dibujos o regalos que no deseamos volver a ver, pero que no nos atrevemos a tirar porque hacerlo equivaldría a desechar recuerdos que no queremos olvidar, cuando sabemos de antemano que aunque lo hiciéramos, jamás sucedería. Y ahí se están quietos, sin hacer ruido, sin grandes aspavientos. Acumulando polvo, añejándose, atrofiándose, anquilosándose, madurando, hibernando. Como sea, pero no se van.

Todo bien hasta que una imagen, un sonido, un olor, una sensación táctil, una palabra o cualquier cosa los hace volver a tocar con sus cadavéricos dedos nuestra ventana un día de estos. Toc, toc. I´ll be back baby. Y uno los recluye de nuevo en el rincón, los mete debajo de la alfombra como la mugre que queda tras una barrida, los mete a empellones en el sótano o los ofrece al peor postor. Y los huesitos, sumisos, obedecen profiriendo uno que otro refunfuño.

Pero siempre, siempre vuelven. Tal vez al día siguiente, tal vez no. Tal vez años más tarde, tal vez no. Quizá cuando seamos víctimas del Alzheimer y a nadie le importe lo que digamos. A lo mejor ése es el mejor exorcismo, porque no recordaremos haberlo dicho. Salud.

Comentarios

i dijo…
pero sí: siempre vuelven...
Javy Regio dijo…
OLVIDATE DE ESAS COSAS Y SOLO TE DESEO QUE HAYAS PASADO FELICES FIESTAS........

TE MANDO UN GRAN ABRAZO Y UN BESO (con todo respeto)

Termómetro