El ingrediente secreto

Ella siempre amó los momentos en que manipulaba la duya para decorar la orilla de los pasteles que con fervor preparaba para su hombre. Le dedicaba miradas acuosas mientras él devoraba casi sin respirar los platillos que ella cocinaba, esos que tardaban horas en estar listos y que no le dejaban tiempo para otra cosa más que para lavar los trastos sucios que él hacía a un lado para hincar el diente a otra delicia, y a otra. Y a otra.

Concentrado como todos días en el ritual que parodiaba a Cronos engullendo a sus hijos recién nacidos, salpicando de salsa bechamel las comisuras de los labios y parte de la camisa, -que al igual que los platos, ella también lavaba-, no puso atención a la cháchara de su pareja acerca de dónde obtuvo la receta, qué ingredientes llevaba, cómo llegaba a la sazón perfecta, cuánto tiempo tardaba en el horno. La comida es nada más para llenar la panza, provocar sueño y medio nutrirse (con eso de que la calidad de los alimentos es cada vez menor).

Por eso, ni siquiera se enteró de la porción de estricnina mezclada con una cucharada de harina, una porción de mantequilla equivalente al tamaño de una nuez (unos 50 gramos aprox), dos cucharadas de aceite, un vaso de leche, nuez moscada, sal y pimienta.

Y apenas era la entrada de una comida de cuatro tiempos.

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