Happy new year

Como pasa cada fin de año, el sonido del estertor postrero del último minuto del 31 de diciembre fue avasallado por la sinfonía de fuegos artificiales, que como todo ritual que se realiza tantas veces hasta que llega un punto en el que ya nadie sabe para qué sirve, intenta marcar el inicio de un año nuevo, incluidas sus promesas de que algo mejor -y a la vez peor- está por venir.

En eso pensaba la incoherente en ese momento, al mismo tiempo que los perros de toda la cuadra y calles aledañas ladraban y aullaban como posesos, otra costumbre más, aunque ésta más bien la determinaba el instinto. Quizá la otra también.

Hacía un poco de frío, aunque no como en vísperas de Año Nuevo anteriores. La incoherente cerró los ojos y se imaginó la escena más allá de las paredes de su casa, de donde se había rehusado salir durante cinco días consecutivos, pues aunque la vida afuera era vasta y diversa, para ella no había algo que valiera la pena.

Recreó en su mente a los niños y pubertos en corrillo encendiendo los cohetones, las palomas gigantes o lo que su presupuesto les hubiera permitido a dos casas de distancia de la suya. Casi pudo verlos en cámara lenta al momento de encender las mechas, lanzarlos a la calle y mirar excitados cómo explotaban. Luego, los trocitos de papel periódico elevándose por los aires. La última gracia luego del estallido y la pirotecnia. Los restos, un elemento tan metafórico en una vida cuyo sinónimo más certero es la ironía. Las risas de todos. Los gritos de emoción.

Los gritos. Abrió los ojos. Los gritos. No había algarabía en los gritos. Los gritos no los había gestado su mente. Eran reales y sonaban a horror que raya en la locura.

Entonces volvió a la realidad -otra mala costumbre-. No eran cohetes sino fuego enemigo, el mismo que diario caía sobre su ciudad como lluvia de fuego. Estaban en guerra y no había pasado cinco días sin salir de casa, sino cinco años.

Otro fin de año más oculta en el refugio antiáereo. La vida es en sí una brutal ironía, pensó. Encendió otro cigarro y llenó un vaso con los suspiros de la última botella de vino que rescató de la cava de una mansión sampetrina.

Comentarios

Areteseeker dijo…
Wow.
Chedo final.

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