Bio-grafías




Así crecí volando, y volé tan deprisa, que hasta mi misma sombra de vista me perdió…

Mamá tenía epilepsia. Contaban ella y sus hermanas que como al año de edad la atacaron unas fiebres poderosísimas, tanto, que tuvieron que sumergirla en baños de agua con hielo a fin de que cedieran. A partir de entonces, ese trastorno neurológico le acompañaría hasta su muerte.

Así empezó el periplo con homeópatas, alópatas, remedios naturistas y finalmente el coctel de carbamazepina, ácido valproico y no recuerdo qué más. “El mal”, como le llamaban, sólo avisaba segundos antes de la crisis, así que las caídas en casa o vía pública eran inevitables. Como primogénita, durante mucho tiempo fui su centinela, a veces lo lograba, otras no. Cuando sí, pues a acercar una silla o tratar de amortiguar el golpe, y cuando no, pues…a revisar si no había heridas, fracturas o golpes graves.

El ser humano es animal de costumbres, y con suerte, aprende. Con los años, al ir juntas a algún sitio, la miraba buena parte del rato de soslayo, tratando de leer el lenguaje no verbal y así anticiparme a una crisis. Siempre quise ganar, aunque fuese una vez. Las victorias fueron pírricas.

Desde el kínder hasta el quinto grado de primaria los pasé en una escuela estilo art decó que está en Félix U. Gómez y Carlos Salazar, cerca de la mantequera. Qué olores esos. De ida, la ruta iba desde Reforma hasta ahí, y de regreso desde ahí hasta J. G. Leal, a un costado de Famsa. Una vez, la crisis le cayó en Reforma, mientras esperábamos a cruzar la calle. Como yo no era muy fuerte no pude levantarla. Un hombre me ayudó. Tampoco puedo olvidar el olor de la pasta o menjurje con el que le adherían a la cabeza los electrodos cuando tocaba electroencefalograma. Ignoro cómo sea eso ahora. Espero que ya no huela así.

A veces se hartaba de que la viera, aunque fuese de lado, o que le preguntase “¿estás bien?” si suponía la inminencia de un ataque. Las costumbres dan pie a los hábitos o manías. Prueba de eso es que nunca he dejado de mirar de soslayo cuando sospecho de algo o alguien. Siempre leyendo lo que no se dice con palabras. Quizá por eso le tengo más fe a las escritas que a las dichas. Quizá en parte por eso me fui por el periodismo y la literatura. Sepa la bola.

Y la verdad, soy muy, muy, pero muy buena al mirar de soslayo. Tanto, que a veces prefiero no saber, o me hago güey a mi pesar. Porque hay historias que, como en un ataque de epilepsia, no puedes más que tratar de levantar del suelo.

Y porque quizá sigo siendo no muy fuerte, porque no puedo hacerlo. Sepa la bola, otra vez.

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