De los caminos

Me han pedido que hable de recuerdos, de contexto, del pasado. En lo personal tengo una relación ambivalente con lo que ha quedado atrás en la línea del tiempo. Por un lado lo detesto y evito sacarlo a flote porque generalmente te pone cursi y sentimental. Por otro lado lo valoro porque lo que ya pasó constituye un compendio de valiosas lecciones que, si somos lo bastante listos, nos ayudarán a resolver problemas o entender realidades que nos agobian dentro de nuestras casas, al mirar las noticias, o salir a la calle.

Mi pasado en Vida Universitaria constituye una de las etapas de un vínculo que, con algunas pausas, suma ya catorce años. Casi una década y media. Estudiaba el segundo semestre de la carrera de Comunicación y un día llegué muy autosuficiente a las oficinas que en ese entonces estaban en Tapia, entre Zaragoza y Zuazua, en el centro, porque quería escribir. Así sin más. A la materia de géneros periodísticos le faltaban como dos semestres en llegar.

Tuve suerte. En ser aceptada. En compartir la redacción con gente pensante, analítica, crítica, amante del oficio. Gente que tuvo paciencia, que me malcrió hasta cierto punto al no devolverme las notas mal hechas o incompletas, como le pasaba a varios colegas. Tuve suerte en darme cuenta de las fallas comparando la versión original con la final y, creo, aprender de ello. Mientras tanto, mi madre me regañaba por no llegar a casa más que a dormir. Hubo un tiempo en que nos comunicamos por recados porque nuestros horarios no coincidían. A veces decía que en vez de reportear andaba de callejera. Y bueno, tenía y no razón. Nadie que se dedique al periodismo podrá negar que este oficio y la calle son sinónimos.

Empezar así en la hidra del periodismo fue sin duda una ventaja, la frecuencia quincenal entre otras cosas, ayuda a pensar bien qué y cómo vas a trabajar un tema, te permite el lujo de revisar a conciencia, es crucial a la hora de desarrollar reportajes o series de buena factura, pero sobre todo, a madurar una visión en torno al periodismo que, sea que hagas el crossover al diarismo, a la prensa electrónica, o permanezcas en publicaciones mensuales o quincenales, pocos reporteros tienen la oportunidad de vivir. Así, puedo decir que gracias al esquema de trabajo, a las tablas de quienes dirigían y conformaban la redacción de Vida Universitaria, y a la visión de concretar un ejemplo de periodismo universitario, que no debe confundirse con periodismo estudiantil, se establecieron parte de mis cimientos como reportera.

Luego, tras la mudanza como por el 98 a las oficinas de la Biblioteca Magna, junto a las de Extensión y Cultura y la Dirección de Publicaciones, entre otros compañeros de espacio, acabaron por echarme a perder, en el sentido humorístico del término, y se consolidó la hibridación periodismo-literatura en la que he pasado toda mi vida profesional. En ese espacio pasaron tres años de talacha con un José Garza como el director que preguntaba ¿triunfaste? cuando llegabas de hacer una entrevista exclusiva y que, a diferencia de muchos que conocí después, ponía el ejemplo cazando la nota, sin dejar de escribir. Con un Edmundo Derbez metódico y concienzudo que dedicaba horas a analizar un sinfín de datos, además de editar y corregir mis entradas deficientes o vagas. Con un Héctor Alvarado compañero envidiable y enamorado de la chamba. Con Adrianita, nuestra asistente de lujo. Con un Mario Núñez, norteño desempacado de Tabasco que relevaría a Pepe y dio continuidad al proyecto. Con Pablo Cuéllar, que como fotógrafo lleva tanto tiempo como yo colaborando con Vida Universitaria. Y tanta gente buena y capaz con la que compartimos coberturas informativas, redacción, el diseño, la corrección y las madrugadas de cierre.

Sería absurdo e injusto decir que ambas épocas de Vida Universitaria, la de 1951 a 1987, la del Patronato Universitario creado por iniciativa de Manuel L. Barragán, la de Jesús Treviño, Manuel Plowels, Alfonso Reyes Aurrecoechea, Ricardo y Miguel Covarrubias, Alfonso Rangel, Genaro Salinas Quiroga, Gerardo Cantú, Samuel Flores Longoria y el mismo Alfonso Reyes con la publicación de Las burlas veras; y la nueva época que comenzó en febrero de 1997 son igual de buenas. No lo sé, no se trata de un concurso y las comparaciones jamás han servido para algo. Eran tiempos y circunstancias distintas. Lo que sí puedo decir es que los motivos de este periódico han trascendido el tiempo, los intervalos y obstáculos, como cuando, en la nueva época, tuvimos que reposicionar al periódico, explicar una y otra vez a las fuentes qué era Vida Universitaria hasta ganar su reconocimiento y confianza con nuestro trabajo.

Así pues, las lecciones fueron claras para mí. Mi vocación: el periodismo. Hacerlo honesta, rigurosa y libremente. Un periodismo que me enseñó a desconfiar del término objetividad, socorridísimo por los grandes medios de comunicación y tan chapucero porque la objetividad está irremediablemente atada a la percepción de quien la promueve, y ésta, nos guste o no, siempre se determina por nuestras historias de vida, intereses, visiones del mundo e incluso, el pie con el que hayamos despertado por la mañana. Que el periodismo puede concederte poder, pero no el imaginario poder de gusto charro y mediocre que hace que muchos reporteros se autoproclamen voces autorizadas u omnipotentes, peor aún, representantes de una comunidad, cuando en realidad es ésta la que a través de un voto de confianza, concede al reportero la responsabilidad de informarles oportuna y claramente de todo aquello que involucre los intereses colectivos, bienestar y libertades. Uno de los peores males que aquejan al mundo de la prensa, y al de la comunicación en general, es haber convertido al mensajero en protagonista, diría Juan Luis Cebrián, periodista fundador de El País. En fin, que esto es un trabajo, muy digno, y no unas vacaciones en Disney.

Sólo me queda decir que espero que mi desempeño presente y futuro honre los principios y enseñanzas que Vida Universitaria me impartió, y sustentado en ello, nuestro vínculo perdure. Gracias.


(Presentación de nueva imagen del periódico Vida Universitaria, Feria Internacional del Libro 2011)

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