"Caca, Tulio, las cosas por su nombre"

Somos lo que comemos

<>

Alma Ramírez
Periodista. Editora. 
www.laotraparte.blogspot.com
@Aprpl

Cada vez son más las personas que incorporan a su estilo de vida la compañía de una mascota, especialmente perros, y que adoptan simultáneamente la práctica de salir a caminar con ellos para pasear desde diez minutos hasta una hora o más al día; también visitan parques para perros, espacios casi inexistentes en Monterrey y el área metropolitana. Desde los suburbios, fraccionamientos privados o barrios con historia, sea la responsabilidad de mantener en forma al can o incentivo para que el humano haga lo propio, terapia ocupacional, o seguir una moda, la gente sale con más frecuencia a la calle con sus mascotas. Para quienes gustan o son amantes de los chuchos, un fin de semana en el Barrio Antiguo, por ejemplo, ofrece una variada pasarela canina. Dogos argentinos, caniches, bulldogs, pastores australianos, pugs, dachshunds, labradores, xolos, chihuahuas, pit bulls liman sus uñas diariamente con el pavimento y el concreto estampado de sus calles. Sociables, miedosos o ariscos, la perrada hace suyo un pedazo de la ciudad. La trotan, la huelen. La orinan y defecan también.

En promedio, un perro desecha, según la raza, entre 100 y 600 gramos de heces cada día. Heces que, en la mayoría de los casos, no son recogidas por los dueños del animal. Eso sin contar con los excrementos de los perros y gatos sin dueño. Los servicios públicos estiman en toneladas la cantidad de heces acopiadas semanalmente. Además de la adopción responsable y el no abandono de animales en la vía pública, las asociaciones pro derechos animales han convocado más de una vez a la necesidad de que los propietarios de mascotas levanten las heces que éstas dejen a su paso pues con el tiempo se pulverizan e inician un tour por los aires hasta los rincones más insospechados. Sin exagerar. Los más insospechados. Como nuestros pulmones.

Cuando se invita a la gente a recoger los desechos de su perro, más allá de la indiferencia, hay reacciones interesantes. Asco con arcadas incluidas; otros se ofenden, se enojan y dicen que no es asunto tuyo —ni suyo—. O invitan a que tú lo hagas. La cagarruta se queda ahí, en el piso. Si se pone la atención suficiente, es posible oírla reírse de uno.

A la proliferación de excrementos animales en la vía pública se le llama fecalismo al aire libre, una problemática sanitaria que algunos países y entidades, como el Distrito Federal, intentan controlar con la imposición de sanciones a quienes no recojan las gracias de sus animales de compañía. Más allá de lo desagradable de hacerlo, casi tanto como limpiar las heces de un bebé, solucionarlo sólo implica bolsas pequeñas de plástico, y una escoba con recogedor para los más susceptibles.

Mientras, la realidad continúa. Heces en el piso. Anónimas. Apestosas y apestadas excepto por las bacterias que se alimentan de ellas, las amibas, las lombrices, los microbios. El sol las lame y seca, la lluvia las dispersa. Poco a poco se convierten en polvo. El viento lo toma, lo eleva, destino glorioso, inmunda alegoría. Flota. De pronto, un corredor en el parque Fundidora toma aliento. Además del oxígeno, heces de regalo. Afuera de Ginequito, una mujer compra conchitas con crema y salsa. Sazonadas con excrementos, cortesía de la casa. En el patio de una casa de Mina, alguien termina de lavar ropa interior, la cuelga limpia en el tendedero y la recoge con una capa invisible de…popó. En una plazoleta de los Condominios Constitución, un grupo de niños come paletas de hielo. Espolvoreadas con los desechos de los perros de sus vecinos, como si fuera coco rallado o grageas de dulce. Directo a los riñones, al sistema pulmonar, a la piel, al estómago, a los genitales. Viéndolo de otro modo, cada uno experimentamos el milagro de la vida buscando a otras vidas para prosperar gracias al consumo de heces vagabundas, esas que jamás llegaron a un destino adecuado sanitariamente hablando, y que al igual que humanos y perros ejercen su derecho a hacer suya esta ciudad. Al final ya no sabe uno quién ríe al último. Nosotros, los consumidores pasivos de heces, no creo.
 

Columna Algo pasa allá afuera, periódico El Barrio Antiguo, número cero.

Comentarios

Termómetro