Tunk

Veo ruedas en tu muerte, dijo el adivino. Desde entonces sólo caminó. Como vivía en una ciudad pequeña fue fácil. Durante años, evadió al transporte público, las motos y las bicicletas. También patines y patinetas. Autos ni se diga. Carretillas, triciclos, sillas de ruedas, scooters. Hasta escritorios y algunos muebles. Y no pasó nada.

Un día se hartó de eso. Siempre deseó tener un coche. Con el miedo metido en el cuerpo aprendió a conducir. Transcurrieron los días. Nada ocurrió. 

Fue feliz. Decidió ir por un Pinot Grigio al nuevo centro comercial y celebrar así la farsa de la profecía. Aprovechó para comprar algo de comer. Pacientemente aguardó su turno para pagar en la caja. La arquitectura del centro comercial era moderna y muy bonita, la tenía embobada. En lugar de escaleras eléctricas había rampas. Por todas partes.

No vio que por una, bajaba a toda velocidad el carrito de súper de un empleado de Correos, cargado con casi cien kilos de alimento para gatos. Directo hacia ella.







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