Old style

Entre febrero y marzo entrevisté a tres personajes que sin quererlo, o tal vez con toda la intención -ya se ve que esto de lo subliminal es tan bromista a veces- pusieron el dedo en la llaga sobre puntos sensibles para mí. Una política, una intelectual feminista y un historiador descendiente de un filósofo español que los distraídos, por usar un eufemismo, han confundido a veces con dos personas distintas -Ortega y Gasset- (para matar de risa). Vértelas con seres distintos, aunque unidos por el pensamiento humano, es una de las cosas que extraño del oficio y de la vida en general donde todo es tan igual, tan predecible, como un eterno reloaded de El Chavo. Pero son tiempos estimulantes que no volverán. Una de las entrevistas fue publicada poco después, el resto están en proceso.

Dulce María Sauri, una de las últimas representantes de la clase política culta, o más precisamente, de la que aún le sube agua al tinaco y ejerce la política con cierto respeto a la inteligencia social, ha estudiado durante mucho tiempo el movimiento feminista e indígena de Yucatán. Ha recopilado diversos documentos en torno a la pujanza henequenera, a la emancipación de los mayas, al asunto de las castas y sobre el Primer Congreso Feminista, celebrado en Yucatán a inicios del siglo XX. Cómo, en resumen, este evento, que reunió a cientos de maestras y pensadoras pudo en parte trascender las fronteras gracias a coyunturas políticas, como el hecho de que el emisario del gobierno central fuese un hombre de ideología socialista a quien la idea de la emancipación femenina y su acceso a la educación y al trabajo remunerado no le causó urticaria, lo que sumado a la necesidad de ganar votos y recaudar fondos para la causa constituyeron el cruce de vías ideal. 

Amelia Valcárcel preguntó cuánto tiempo duraría la charla. Cuando se le contestó "como entre 15-20 minutos" dijo: no. Duración exacta. Necesito ordenar mis ideas conforme al tiempo de entrevista, dijo. Precisión pura. Vale, veinte. En total fueron 40. Al final, un cariño al ego profesional, porque como dijo Pepe Garza una vez en mis inicios, ganchar el interés de un entrevistado a tal grado de que pierda la noción del tiempo, habla de suficiente inteligencia como para sostener una conversación sustanciosa, informativa y humanamente hablando. Y eso no tiene precio. ¿De qué sirve hacer las cosas bien, ser el idiota que elige seguir su ética, no corromperse, no copiar el ejemplo de la política global, cada vez menos preocupada siquiera por jugar a que siguen las reglas, aunque no sea así? Al final, el que se brinca la tranca gana, y los ñetas que se portan bien son los loosers de la historia y la vida, pregunté. Aunque eso parece, al final no es así, dijo. No porque la historia lo defina, sino que es algo más trascendente. Más detalles en la publicación. Románticos de la justicia social y hambrientos de caldo de pollo para el alma, favor de abstenerse de leer eso. No va por ahí.

José Varela Ortega, nieto del fundador (ya se ve, es uno, no dos) del raciovitalismo, habló de la democracia desde la perspectiva histórica. Hemos entendido mal el concepto. La democracia no es perfecta en ninguna de sus variantes. Uno de los principales problemas en ello es que los ciudadanos hemos comprado la cómoda (muy cómoda) idea de que ésta significa sólo derechos, nunca obligaciones. Y no nos movemos de ahí. Nomás pa acá, nada pa allá, y entregamos al Estado la responsabilidad total de las decisiones, limitándonos a votar y a protestar cuando algo no nos gusta. Desaprendimos el pagar la parte que nos toca, y las crisis globales y el sobrepoder de la clase política son prueba de ello. Plantones, protestas, marchas, son el germen de un cambio, pero son la acción superficial. Sólo hay que rascar un poco para que se desmantelen. La democracia es entender que hay que pagar la cuenta, dijo, y coincido. Más detalles en el texto. 

La moraleja es que un poco de eufemismos hacen gracia si se usan inteligentemente. Al buen entendedor... . Demasiados subestiman al otro. Llegar a esos extremos es un insulto. O en ejemplos más baratos, cuando te invitan a hacer algo, haces tu parte como se debe, pides respuestas y el peticionario hace mutis, se hace loco, o ambas con tal de no responder y jugar a que todo está bien y que ya pasará. Píntale rayas a un burro una vez y di que es una cebra, vale, jo jo. Píntalo dos, cinco, veinte veces y aférrate en convencer al otro de que en efecto, es una cebra, tonto el que se lo crea. Así que, no.






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