Salud

Cuando decidí estudiar Periodismo, en realidad sólo quería escribir. ¿Acerca de qué? No lo sabía. Sólo quería un sitio apartado y tranquilo para hacerlo. Con el paso del tiempo surgieron las motivaciones para el oficio. Como a todos me inavdió la fase del heroísmo, cualidad tan romántica -y tan desperdiciada y peor asumida- de éste. Sinceramente me congratulo por quienes han permanecido en esta etapa. El periodismo me ha hecho más cínica que hace diez años. Lo confirmé cuando una novel reportera, con demasiado -demasiado- potencial para el sitio donde está ahora, me vendió una vertiente de una nota. Me gusta cuando pasa eso, aunque al final termine jugando el rol de abogado del diablo. Porque fantaseo conque a pesar de aniquilar un argumento, el suyo, persistirá la indignación ante las arbitrariedades, ante las puercas formas de jugar la fantasía en la que devino la política, cada vez más baratas y por ello, cada vez más aterradoras. 
Luego rumbo por las redes sociales, esa nueva estatua que pariese antaño al pasquín, y miro a otros periodistas, elevados a vacas sagradas que cuestionan la ética ajena y no cuestionan la propia, lo cual no importa porque la gente está tan urgida de ver al mundo en blanco-negro-bueno-malo que los erigen en Mesías mediáticos sin pasarlos por el mismo tamiz bajo el que despotrican de políticos, asesinos y demás. Siempre los otros, el ajeno rostro. Nunca nosotros, la faz que miramos diariamente en el espejo, si acaso tenemos. Espejo y rostro, claro. Entonces recuerdo al star system del periodismo que me vendieron en la universidad y no dejo de pensar en cuántos de esos rockstar no fueron en realidad otra cosa que humo visible, coyunturalmente hablando. 
Y heme aquí, 17 años después, no ansiosa porque la justicia llegue y con ella, finales felices, sino ansiosa por ver cómo cada quien pone de su parte para irnos juntos al carajo.

Comentarios

Termómetro