Entrevista a Amelia Valcárcel / Interfolia número 15*


Por Alma Ramírez.

Amelia Valcárcel no ceja ni en hechos ni en palabras. Sea durante una de sus ponencias en alguna parte del mundo, o durante una entrevista, la doctora en Filosofía por las Universidades de Oviedo y Valencia es precisa, aguda, mordaz y abrumadoramente lúcida al exponer su postura sobre filosofía y feminismo, dos grandes tópicos a cuya reflexión ha dedicado la mayor parte de su vida. La filosofía como diálogo interminable en torno a las preguntas que millones de seres humanos se han hecho a lo largo de la historia, cuestionamientos sobre el ser, el existir y el hacer; y el feminismo como corriente filosófica que interroga, pone en entredicho y echa por tierra infinidad de postulados que ideológica y políticamente ubican a las mujeres como ciudadanas de segunda, obligadas a ejercer roles de subordinación en entornos dominados por varones.
En esta entrevista concedida a Interfolia durante su participación en el seminario Ni más, ni menos ¿iguales?, organizado por el Instituto Estatal de las Mujeres de Nuevo León, la pensadora española y catedrática de Filosofía moral y Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) habla sobre la razón de ser de la filosofía de cara a sociedades en crisis, y del feminismo como puente expositor de realidades y de interlocución tanto de mujeres como de varones ante sus semejantes.     

Al buscar información sobre su obra, aparece el provocativo ensayo “El derecho a la maldad” (1980). ¿Cómo se gesta, cuál es su sustento?
Escribo “El derecho al mal” a los 28 años, y es un ensayo que creo que tiene bastante interés, y ha de ser leído en contexto, como todo. Y el contexto es, uno, en el momento de la transición política española, en el momento en que yo decido realmente que a lo que quiero dedicar mi vida es a la filosofía, entonces veo qué es lo que están escribiendo mis colegas, y cómo mis colegas están o no admitiendo las nuevas posiciones de las mujeres. Entonces compruebo para mi pasmo que hay un sobreentendido todo el rato, que es “las mujeres propiamente tienen alguna particularidad, y lo que tienen es que representan el pensamiento utópico, y no tienen que comprometerse con la realidad, porque ellas son la encarnación del deseo general, de utopía”.
Me parece un escamoteo absoluto de los derechos reales, no estamos aquí para encarnar las utopías de nadie ni para ser su conciencia utópica, ni para hacer que el mundo se vuelva más bueno. Estamos aquí porque habitamos el mundo igual que los demás. Tenemos derecho a nuestra parte de bien y a nuestra parte de mal, lo que sea que se reparta tenemos derecho a la mitad, porque si te dicen que te reserves para la utopía lo que te están diciendo es que de lo que te toca de verdad no te piensan dejar ni un gramo. Me parece además una mentira intelectual. Entonces, con todo el vigor que se tiene a los 27 años, que se tiene más que a los 60, me pongo a escribir de corrido una noche, y escribo ese ensayo, que presento en un congreso de filósofos jóvenes, la primera ponencia que presento en mi vida, y estaba muerta de miedo de estar ante mis colegas, que los había jóvenes y menos jóvenes, y tomar la palabra por primera vez para exponer algo. Pero fue bien porque después de eso me eligieron vicepresidenta (de los congresos de filósofos jóvenes), y luego presidenta.

¿Por qué usar la palabra maldad?
Porque así venía calificado. Por ejemplo, cuando te decían “las mujeres no deben comprometerse con el poder porque el poder es malo”. ¿Es malo? Para vosotros no es malo, vuestro sexo lo viene usando desde siempre. “Sí, sí, pero es malo”. Bueno, pues dejadnos nuestra parte de derecho a la maldad.

¿Cuál es el “costo” de ser mala?
No, es que no es verdadero, no se habla de derecho a la maldad en serio. Se habla de romper una sinvergonzonería intelectual. Las mujeres, en ese sentido, pueden ser tan mediocres como cualquiera. No vale con decir “la obligación de la excelencia”, en el caso de las mujeres es una pérfida trampa. “Es que tienes que ser absolutamente superior en todo para que yo te considere mi igual”. Hay muchas perfidias ahí. La conciencia masculina, cuando juzga como conciencia que es capaz de repartir, y lo hacen casi sin darse cuenta muchas veces. ¿Qué tiene que sentir una mujer que es sumamente valiosa, por ejemplo, cuando un tipo que no vale nada le dice “yo creo que somos iguales?”. No sé, no estoy segura. Somos iguales en tanto que seamos los dos ciudadanos, pero más igualdad no me busque usted porque todavía hay gentes que valen y gentes que no.

¿Cuál es, o tendría que ser, la influencia de la Filosofía en las sociedades actuales, sociedades en crisis, con brechas de desigualdad abismales?
Es mi tema favorito. Estamos en un momento de gran desafío porque la Filosofía nos ha acompañado desde que nos constituimos como seres humanos pensantes, racionales; la primera vez que realmente eso cuaja, precipita, es en Grecia. Grecia se inventa esto que llamamos Filosofía, y resulta ser indisociable de la libertad. Es que es muy curioso. Puede haber habido sociedades no libres donde hubo Filosofía; por ejemplo, muchas de las medievales eran autocráticas, o por lo menos fuertemente segmentadas, y existía la filosofía tomista, que era la esclava de la Teología, la sirvienta de la Teología, que era como se definía entonces. Pero no ha habido nunca una sociedad libre donde la Filosofía no tenga un gran papel, porque la Filosofía es una conversación eterna. Empezó cuando empezó, pero no puede acabar mientras haya un ser humano sobre la Tierra con otro, porque son siempre las mismas preguntas, parecidas preguntas, grandes preguntas, y siempre poder mirar al ser ejerciendo una distancia que no existe, es sólo una distancia que come tu pensamiento. Es una de las gimnasias más asombrosas. Platón lo decía, la filosofía es gimnasia, y tiene razón, si hay un mundo donde eso no se haga, no es un mundo donde merezca la pena vivir.

Alguna vez dijo que había que ser decente aunque se rieran de una. Partiendo de estos contextos políticos globales caóticos, ¿de qué vale ser decente si miramos el dudoso quehacer de muchos de quienes detentan la política?
Primera, de la política no podemos prescindir, no puede ser sustituida por ninguna otra cosa. Cuando no hay una política entonces hay otra que es todavía peor. Nuestra experiencia de la democracia es muy corta, tiene 200 años, es muy joven, la conocemos muy poco todavía, ni ella misma se conoce bien. ¿Y qué vamos viendo? Que en la democracia hay un tipo de personas que puede vivir bien, que no tiene valores, que no tiene mucha decencia, que le gusta demasiado el dinero, y no tenemos todavía pensadas bastantes cautelas para deshacernos de ese tipo de gente. Es más, a veces da la impresión de que esa gente es la que verdaderamente conoce el baile que se baila, mejor que los demás, salen airosos, y te quedas alucinado enfrente del espectáculo diciendo ¿qué hago mal?, a ver si va resultar que ser decente no es conveniente.
Ahí es cuando hay que volver sobre el propio camino y decir “no”. Este sistema fue pensado para producir realmente un mundo habitable y honesto, y hay que mantenerse ahí, en que el mundo sea habitable y honesto para la mayor parte de la gente. Por lo tanto, hay que ser decente aunque el que le está saliendo bien se esté riendo de ti diciendo “pobre inocente, tú no sabes realmente de qué va este juego”. Porque además, aunque la democracia es joven vamos sabiendo algunas cosas. Realmente los malos casi nunca ganan. Es muy optimista decir esto, pero la democracia ha tenido sacudidas muy fuertes: los totalitarismos, los regimenes militares, los fascismos, todo esto son enormes sacudidas, y al final la reestablecemos. Debe ser que nos gusta más que cualquier otra cosa. Es que se vive muy bien siendo libre.
Lo decía Cervantes, “la libertad es lo más precioso que tenemos”. Cuando leo esos párrafos de Cervantes sobre la libertad, los comparto tanto, qué verdad tan grande. La sensación de libertad es una de las más hermosas que se pueden tener, todo ser humano que la ha tenido no se le olvida. En el momento en que usted creía que una situación de alguna manera estaba ahogada y de repente encuentra la salida y se siente libre, ¿cómo es esa sensación? No se parece a nada. Es lo que realmente nos vuelve seres humanos.

¿Cómo confluye la filosofía?
La filosofía moderna va poniendo todos los escalones, todos los muros, todas las escaleras, todos los puentes que permiten construir la libertad de las personas. Ves dónde van creciendo, dónde se separan, cómo van a coincidir, cómo se va edificando un discurso. Pero claro, para que nosotras seamos libres se necesita una masa de teoría detrás, como una gran ola de pensamiento, enorme, porque lo nuestro no es natural, en nuestra naturaleza somos primates, está que las hembras son sumisas. Somos primates. Para que de primates nos volvamos ciudadanas y ciudadanos hace falta detrás una montaña como las de aquí, que no se ve de grande que es, de conceptos.

A pesar de los grandes logros en el feminismo a lo largo de la historia, desconcierta que todavía se recurra al uso de términos ofensivos como “feminazi”, para aquellas que no cejan en la batalla por la igualdad.
¿Aquí se usa eso? Bueno, el feminismo no le gusta a todo mundo. Casi nada le gusta a todo el mundo, para empezar. Pero el feminismo es que ataca muchos privilegios que la gente sabe que son privilegios injustos, y no quiere perderlos. Y hay mucha gente a la que le deja desfondada, porque le dice cosas que no quiere oír, y esa gente por lo general cuando la desfondas, o cuando la sacas de una idea que le hace vivir tan confortablemente, en vez de echarse a tus pies agradecida y decirte “cuánto te agradezco que me hayas echado el pedestal abajo”, pues le sienta muy mal, y concibe una gran agresividad.
La democracia también no le gusta a toda la gente, pero la gente a la que no le gusta la justicia de verdad ya no es tanta. Y el feminismo es una teoría de la justicia. Si un tipo dice “feminazi” ante la idea de que la violencia contra las mujeres debe ser erradicada, yo digo “femi” sí, “nazi”, usted.

¿Por qué a veces parece tan difícil entender la idea de igualdad entre hombres y mujeres?
Porque es difícil en sí misma. Le pasa lo que a las ideas de Descartes. Ésa es una idea clara y distinta. Las ideas son claras y distintas en la mente. Aterrízalas y verás qué dificultades tienen. Vívelas, intenta habitar dentro de ellas. No es tan fácil, las ideas tienen aristas.

Hace un año, su comentario respecto al informe de la Real Academia Española “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer” fue “la gramática no es la vida”.
Eso es. Conozco a todos los académicos o a la mayor parte de ellos. El presidente de la Academia fue mi padrino cuando accedí al Consejo de Estado. De alguna manera, cuando yo hablo, porque me preguntan sobre lo que ellos hacen, hablo de una corporación que conozco muy bien, y por lo tanto no me voy a poner a argumentar pequeñeces, que si el morfema, que si el sintagma. No me voy a poner a hacer de filósofa del lenguaje, les voy a recordar algo tan simple como que ellos son gramáticos, y la vida es otra cosa, está fuera de la gramática. Y si la vida decide ir por un sitio la gramática la seguirá, no al revés. Esa frase yo sé que a muchos académicos les dolió como si les hubieran clavado no sé qué, y algunos otros, por el contrario dijeron “tiene razón”. Y luego recuerdo que Santos Juliá, que conocerá usted es historiador, sacó un artículo en El País diciendo “la gramática no es la vida”.


*Publicación de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria, de la UANL.

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