Sensorial

Tres mujeres entran al ascensor sin despegar los ojos de las pantallas de sus smartphones. Hablan entre sí, se ponen al día en sus vidas mientras chatean con alguien más. En el lapso en que el elevador sube tres pisos jamás hacen contacto visual. Salen de ahí igual, la mirada fija en sus teléfonos. Se van.

Otras chicas se toman por lo menos tres o cuatro selfies diarias. Duckface, destacan sus traseros, sus senos, el celular en ángulo de picada. Al fondo, cualquier escenario evocador, natural o artificial. Las tomas en sanitarios están out. Fuman y se inmortalizan efímeramente en sus redes sociales mientras exhalan el humo. Las habita el terror a envejecer, a no ser admiradas, a quedarse solas. Pero lo están, sienten que lo están. Incluso les aterra que sus padres lleguen o superen los 40.

Viven la vida de las celebridades, hacen suyas sus victorias y diseccionan sus errores. Cuando menos lo piensen, dejarán atrás sus veintes vivenciando a distancia experiencias ajenas desde su smartphone.

Dicen que al tomar una foto, el instante en que se da el clic realmente no lo vemos, es decir, en el momento intermedio entre el antes y el después de tomar una imagen estamos a ciegas. El aparato lo capta, nuestra vista no.

¿Qué hacer con la orfandad de la mirada?

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