Ajuste de cuentas

Cuando miro fotos de cuando fui niña y salgo junto a mi papá, yo siempre sonreía. Afuera de las grutas de Bustamante. Junto a nuestros pastores alemanes. En el carrusel de los juegos Manzo. Cuando monté a caballo por primera vez. En el porche de la casa y sus pequeños árboles de granada y durazno. 

Al paso del tiempo, mi percepción de lo contradictoria que pudo ser nuestra relación se agudiza. De él recibí las primeras nociones de defensa personal, pero también los primeros jalones de orejas por apoyar el lápiz en el dorso del dedo medio y no en el anular. El primer contacto con animales de granja, pero también los "no seas marica", cuando lloraba por algo. Las primeras nociones de que hay que trabajar por las cosas, pero también una ronda de cintarazos por no querer ver una película que había rentado días antes. Abrazos, besos y apapachos, pero también su enojo por ver que su hija de cinco años de edad se meó encima por ver cómo él mataba a un cabrito en el patio de la casa. Su disposición para cocinar, barrer o trapear, pero también su reclamo porque esa misma hija decidía por ella misma cómo quería que le cortaran el cabello. El hombre que inventaba cuentos para entretenerme, cuyo protagonista era un niño llamado "Guanito", era el mismo que años después estrelló a mi madre contra una ventana. Corte a: yo junto a mi madre y hermanos fuera de casa esperando a que un tío fuera por nosotros. Yo sentada en una silla de no sé dónde mientras alguien tomaba la declaración de mi madre. Yo recibiendo regalos cada visita para que lo volviera a querer como antes. Yo diciéndole con una claridad y frialdad que no me conocía entonces, que el respeto se ganaba y que él lo había perdido, mientras él lloraba y pedía perdón.

Creo que por eso evito la violencia física, y en situaciones de conflicto propio o ajeno trato de mediar antes de que escale. O de plano huyo. Creo que a veces temo más de mi reacción que de la bronca en sí. Puse mucha tierra de por medio y no pregunté jamás por él hasta que un día me avisaron que había muerto, como siete años después que mi madre. Entonces lloré de alivio. 

Algunas veces lo he soñado, pero a diferencia de como con mamá, no recuerdo los detalles. 

Me dije a mí misma desde muy chica que si tenía una pareja, jamás sería alguien como él. Creo que he sido congruente con eso. Y hoy, después de tantos años de eso, después de tantas lecturas, conversaciones, noticias y de atestiguar un creciente y desgarrador escenario de violencia contra las mujeres, me gustaría decirle a quienes son padres de hijas o están a punto de serlo, que reflexionen sobre su forma de amarlas, criarlas, mostrarles el mundo. Que no les construyan esa idea de ser las "pequeñas" que siempre tendrán a su padre como protector omnipotente y todopoderoso, sino que poco a poco les dejen claro que son las dueñas de sus decisiones y sus consecuencias. Que no hay una forma única y "correcta" de hacer las cosas. Que les enseñen a defenderse no sólo desde lo físico, sino también de la violencia psicológica, tan terroríficamente sutil a veces. Que no les impongan una imagen de lo "femeninamente correcto" según sus expectativas, sino que les ayuden a descubrir su propio significado de ser mujeres. 

Nunca será una labor fácil porque implica autocrítica, porque ellos también fueron (de) formados conforme a un esquema lleno de taras y presiones. Pero por algo se empieza. Aunque al principio, todo sean preguntas. Tarde o temprano llegarán las respuestas. 

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