Viernes de frivolidad

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Las arrugas son algo que de un tiempo a la fecha han ocupado fragmentos de mi tiempo. No recuerdo el momento preciso en que vi en mi rostro incipientes líneas de expresión en las orillas de los ojos. Luego, en un comercial de un producto cosmético escuché la frase: las arrugas se hacen en la noche. Wow. Revelador.

A la mañana siguiente me observé en el espejo del baño y concluí que la frase es cierta. Justo del lado que suelo dormir -el derecho- las líneas son más acentuadas. Comencé a hacer gestos. Sonreí y fruncí en entrecejo, hice boquita de pescado, entrecerré los ojos como cuando me encabrono, hice pucheros. Sorpresa, más líneas, pero en la zona de los lagrimales.

Y comenzó el malviaje entre morboso e inquietante. Como cuando miras un ratón muerto con sus ojitos tan brillantes que parecieran vivos, pero echado sobre un costado. Cuando el colágeno se fuera definitivamente, ¿cómo sería mi cara? ¿Me colgarían los cachetes como bulldog? ¿quedaría como pasita? ¿resaltarían las arrugas de la frente, tendré papada tipo iguana?

Lo cierto es que nunca había pensado en ello. Claro, sería idiota creerme la versión femenina de Peter Pan o Dorian Grey, pero jamás me había clavado.

Pos si, el cuero se arruga. Lo dicen los zapatos, las chamarras, los guantes, las bolsas y el lomo de los perros. También las comisuras de mis labios y las patas de gallo de algunos colegas. En resumen, que una no acaba una metamorfosis cuando empieza otra, qué le vamos a hacer.

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