Advertencia: ejercicio para ejercitar neuronas, nada profesional



(foto de Roberto Alanís)

El miércoles por la tarde, las nubes habían formado ya oscuros y amenazantes bloques color gris plomo. Llovía fuerte. Los medios de comunicación comenzaron a recrudecer la alerta a los habitantes de la altiva Sultana del Norte, que siempre va derecho y no se quita hasta que no recibe un buen tortazo en la faz. Y a veces ni así.
Estaba por entrar al otrora Nuevo Reyno de León Alex, el primer huracán de este año en el Océano Atlántico, de una temporada de huracanes que se prevé ruda. Antes, el fenómeno climatológico había golpeado a varias ciudades de Tamaulipas, como Ciudad Victoria, la capital, que quedó incomunicada temporalmente.

Algunos centros de trabajo dieron la salida temprano al personal. En los casos donde no ocurrió eso, los empleados pasaron uno o hasta tres días sin volver a casa, porque no había manera de hacerlo.

En el Metro, la cata gratuita de olores a cuerpos mojados, mezcla de sudor y lluvia, acentuado por el bochorno de calores pasados. Dentro de los vagones sin clima artificial, las ventanillas abiertas no eran de gran ayuda contra la tunda olfativa de la gente que de pie o sentada, permanecía tranquila pero incómoda.

Enmarcado por la ventanilla de un vagón, el techo de una casa de cambio ubicada en Colón y Juárez era improvisada cancha para una cascarita entre cuatro hombres. Cala más hondo la fiebre del Mundial que la fría lluvia en la piel.

Mientras, en las calles, Tláloc sazonaba como sólo él sabe el caos habitual de la hora pico en la ciudad que se espanta con una Expo Sexo, pero no con sembrar de obstáculos e infraestructura privada el lecho de un río seco que ya ha advertido de lo que es capaz cuando el agua recorre su orografía. Cuarteto a furiosa caída libre de millones de gotas de agua, de cláxones igual de rabiosos, truenos y viento.

Comenzaba el show. Y nadie se lo iba a perder.

****
Y a la mañana del jueves, el río Santa Catarina iba choncho de agua. El preludio nomás. Desbordamiento: el siguiente temor. 1909 y no el “Gilberto” pasaba de refilón por la mente de quienes han leído El río fiera, bramaba. Así comenzó el séptimo mes del año, el mes más largo para quienes lo perdieron todo durante la tormenta, así como para el resto de la población. El más amargo también.

Todos aquellos nacidos durante la mitad de la década de los 70 y los 80 recordarán poco o nada de cuando Gilberto visitó Nuevo León. Esos y esas que ahora son adultos jóvenes, muchos de ellos con críos. El punto es que en aquel entonces no eran autosuficientes ni debían preocuparse por si había recursos o no para afrontar un desastre natural. La prioridad era ir a tomarse la foto con el Santa Catarina de fondo, o de jodido, salir de casa y chapotear entre las aguas color chocolate que corrían por la cuadra. Pocos de ellos quizá no imaginaron lo que vendría más tarde y al día siguiente.

Mientras tanto, algunos ciudadanos, desoyendo las recomendaciones de no salir durante la tormenta ni acercarse a márgenes de ríos y arroyos, llegaban al Santa a tomarse la foto o el video del recuerdo. El municipio de Monterrey ordenó a elementos de Tránsito disuadir a los curiosos, a veces con éxito. La gente recargada en los barandales del puente Zaragoza, de Venustiano, del Atirantado, etcétera, mirando idiotizada el salvaje cauce, parte de cuya letalidad reside en su poder hipnótico. Olas, remolinos, turbulencias, ruido. Vida y muerte tomadas de la mano y bailando cancán.

Luego vinieron las tarascadas que el agua dio a Constitución y Morones Prieto, las dos principales avenidas de Monterrey y la zona metropolitana que unen a la capital del estado con el resto de los municipios conurbados e incluso son rutas de salida rumbo a otras entidades. Vías que corren paralelas al Santa Catarina. Como si comiera queso panela, el monstruo creado por las lluvias mordió las orillas del cauce y sentó sus reales al recuperar para sí metros del lecho hasta ese momento tomados a la fuerza por el ser humano para ampliar la capacidad de aforo vehicular de ambas avenidas. Los curiosos dejaron atrás a los puentes y se diseminaron a lo largo de éstas para tomar fotos del desastre, con los ojos ahítos de olas nejas y lluvia fría. Sólo hay dos palabras para definir la escena: selección natural.

A medida que la jornada avanzó, la tragedia también. El terror a balaceras y levantones cedió su lugar a las avalanchas de piedras, lodo, escombro y agua que invadieron casas y comercios, obligando a la gente a refugiarse en los techos a esperar ayuda o a salir a un lugar seguro. Y apenas corría la tarde. Los cuerpos de rescate no se daban abasto y sin embargo, a pesar de la maratónica chinga, cumplieron su trabajo con creces.

Tras un lapso prolongado de tiempo, el sonido de la lluvia embota los sentidos. A algunas personas les causa sueño. A otras las pone de nervios, sobre todo si no pueden salir a un espacio abierto. Mejor dormir.

Por la tarde-noche, el temporal incluso sacó a los muertos de sus tumbas, según reportes de vecinos de la Estanzuela, donde se encuentra un panteón.

Como medida preventiva ese jueves, todos los puentes que atraviesan el río Santa Catarina fueron cerrados a la circulación vehicular y peatonal, partiendo a Monterrey en dos. La noche trajo más incertidumbre. Y daños. Más miedo también.

****
Al unísono, todos los grifos de la casa prorrumpieron el mismo grito a pesar de sus secas gargantas: el agua se había ido. Ironías de la mañana de un viernes, ya que durante el zarpazo que Alex dio a Nuevo León un día antes había servicio en buena parte de Monterrey.

La cacería de agua iniciaba en sectores del sur de Monterrey y San Pedro, aunque en muchos otros había comenzado desde el jueves. Como era de esperarse las tiendas de autoservicio tanto al menudeo como mayoreo estaban a reventar y en cosa de minutos enormes anaqueles repletos de cajas con botellas de litro o medio litro, galones y garrafones literalmente se evaporaron. Ante la mezcla de zozobra y psicosis de que faltase agua para beber, había quien llevaba hasta dos carritos del súper llenos de racks de oro líquido.

El saqueo pagado en efectivo o con tarjeta también alcanzó a la comida enlatada, pan, galletas saladas, tortillas, leche en polvo y en tetrapack, frutas y hortalizas, entre otros artículos. En cuestión de horas, se agotaron los inventarios de agua que suelen durar hasta dos meses.

Sin servicio de agua y sin tinaco o cisterna la cosa se ponía peor, pues aunque el agua de lluvia colectada por algunos durante la tormenta servía por lo menos para las descargas del WC, como todo en la vida, era un recurso temporal.

Multiplicar por miles el escenario de escasez de un solo hogar: la peor de las pesadillas posibles. Sed, suciedad, enfermedades. Y la magna ironía también: la ciudad tenía demasiada agua, pero nada para beber.

Habitantes de algunas colonias, desesperados, decidieron bloquear avenidas y exigir a las autoridades agua y energía eléctrica. Otros en cambio, no perdieron tiempo y trabajaron en equipo para quitar con palas el lodo que se metió a sus viviendas. Otros más buscaron agua en sitios tan inverosímiles como el túnel de la Loma Larga, con éxito. Ahora sí que tiempo había mucho y cada quien decidía usarlo a su manera.

A falta de agua, sudar y vaciar los intestinos se convirtieron en lujos imprescindibles.

(en veremos si continuará o no)

Comentarios

Termómetro