Por un momento, la lluvia de plomo es el menor de los problemas


Foto: especial

Y así, el desarrollo del fenómeno meteorológico avanzó durante jueves y viernes como un reloj de arena, salvo que en lugar de arena era agua. Mucha. Una sinfonía wagneriana en la cual no faltaron los vientos pero sí las percusiones. Una sinfonía cuyo número de actos nadie ha sido capaz de contar. El tiempo lo dirá, pero a ratos pareciera que Emily, hace cinco años, sembró en el colectivo la confianza o quizá soberbia disfrazada de ingenuidad, de que el río seco y demás afluentes son como bestias mansas domadas por las fuerzas humanas, cuando siempre ha sido al revés. Por eso el susto generalizado y la incredulidad cuando esos grandes seres vivos gruñeron y comenzaron a dar zarpazos a diestra y siniestra.

Así, como en los pasajes bíblicos, muchos se preguntarán qué hicieron mal, dónde estuvo el pecado. La noche avanza y con ella, la zozobra de no saber lo que las horas deparan a una ciudad envuelta en penumbras, a olor a gas, a piedra laja partida, a tierra mojada, a animales asustados. A muerte oculta entre restos de ramas, basura y escombros.

Hace 101 años el río era fiera y bramaba. Lo mismo hace 22.

Ahora, con las primeras luces del día y el cuerpo agotado, autoridades y población vagarán entre la ruinas. La lección más incómoda no será quizá la falta de prevención, sino una zona conurbada que creció de forma tan desmesurada y caótica gracias a la inversión privada mientras las autoridades miraban hacia otro lado. El fin justifica los medios, diría Maquiavelo. Silencio, no hay banda. Ahora, a parchar, como siempre.

Viene el recuento de los daños. La resaca social. Las culpas y reclamos, pero también las felicitaciones porque a fin de cuentas el año electoral está muy cerca y cosas como ésta, bien manejadas mediáticamente, inclinan el fiel de la balanza en las urnas. Por desgracia, la falta de memoria social, también.

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