Cosa de voluntades

Ayer el Congreso de Guanajuato dio luz verde a la Ley de Voluntad Anticipada, instrumento jurídico que permitirá a aquellos enfermos en etapa terminal ejercer su derecho a una muerte digna.

En 2008, el gobierno del Distrito Federal publicó en la Gaceta Oficial el decreto por el que se expide esta ley. Dos mujeres fueron las primeras en hacer uso de ella, una debido a un cáncer terminal y la otra a causa de una insuficiencia renal. En ese año se tuvo conocimiento de que 31 personas más habían suscrito ante notario un documento para consignar su deseo de recibir la ortotanasia, es decir, la facultad de recibir cuidados paliativos hasta morir por complicaciones derivadas de la enfermedad padecida. Una forma de muerte digna para algunos, aunque no voy de acuerdo, pues el concepto de muerte digna es tan relativo. La prueba es que a tantos años de debate no se llega a un consenso.

La nueva ley, pues, se aplicará cuando un enfermo en etapa terminal, cuyo pronóstico de vida sea inferior a seis meses, manifieste libre, informada y conscientemente su deseo de no recibir tratamientos médicos que prolonguen su vida. La decisión la podrán tomar familiares cuando el enfermo no pueda hacerlo —arma de doble filo—. El dictamen de si uno está o no en etapa terminal dependerá, obvio, de los médicos.

Se ha establecido que la ley, cuya iniciativa fue promovida por Leticia Villegas, diputada panista, no pretende fomentar la eutanasia o provocar intencionalmente la muerte del enfermo, “sino de reconocer el derecho al otorgamiento de medidas médicas paliativas que disminuyan su sufrimiento”. Es decir, que el paciente recibirá todos aquellos cuidados enfocados a disminuir el dolor, además de apoyo psicológico, social y espiritual, refieren.

“El morir con dignidad es consecuencia de vivir dignamente y no de sobrevivir sufriendo”, dijo el diputado Moisés Gerardo Murillo, quien respaldó la iniciativa aprobada ayer por el Congreso local. ¿Con esto el diputado guanajuatense querría decir entonces que aquellos cuya vida fue indigna —sea cual sea el parámetro— no merecerían una muerte de calidad opuesta a su paso por este mundo, o se habrá tratado de un delay lingüístico?

“El derecho a la vida digna no se puede truncar con una muerte indigna. El ordenamiento jurídico está, por tanto, llamado también a concretar y proteger este ideal de muerte digna”, señaló la autora de la norma.

La ortotanasia difiere de la eutanasia en el sentido de que la primera no interviene con el proceso natural de deterioro por enfermedad, mientras que la segunda es definida como toda acción u omisión que para evitar sufrimiento al paciente, acelera su muerte con su consentimiento.

El concepto de muerte digna es usado tanto por quienes están a favor como en contra de la eutanasia. Quienes la defienden abogan por el derecho de cada quien a decidir por completo sobre cada detalle de su vida, incluida la propia muerte, mientras que los opositores apelan a la importancia de la defensa de la vida por sobre todas las cosas.

Parece un buen paso en la materia a nivel nacional, aunque vacilante. Faltará ver la postura de los médicos en cuanto a sus principios éticos. Habrá algunos que no dudarán en hablar claro y dar su aval para aplicar la ley, pero sabemos que habrá otros que no. Y eso sin contar a los familiares del enfermo, que aunque este asunto es harina de otro costal puede complicar la decisión.

Recuerdo a Ramón Sampedro, a la chica italiana aquella cuyo coma desató una polémica de años. También al hombre que Juan José Millás entrevistó, un hombre cuya enfermedad degenerativa lo sacó de trabajar y quien recurrió a una asociación civil española que brinda información sobre suicidio asistido (no confundir con eutanasia), para terminar sus días en la habitación de un hotel bajo el sueño de un cóctel de drogas. Recuerdo a mi madre, que a un par de horas de morir dijo: “ya no me hagan nada”. Los recuerdo y pienso en tantos otros casos que deben estar ocurriendo. Cada uno bajo circunstancias distintas.

Siempre me he declarado a favor de elegir el momento de nuestra muerte. Sin bioética, religión o moral de por medio. Recibí la vida, sí, pero yo no la pedí. Puede sonar mal agradecido, cruel. Habrá quien diga que no se debe atentar contra el regalo de la vida que alguien más nos dio. Sin embargo, también nos han dicho que una vez en nuestras manos, el destino de un regalo depende de quien lo recibe y no de quien lo da. Pienso luego en los suicidas, cuyo fin siempre es la ignominia, el susurro, el olvido, la historia añeja y prohibida en el seno de las familias. La sepultura fuera del panteón. La negativa si no a justificar, por lo menos a tratar de entender sus razones, aunque jamás sean las nuestras. La rabia o la culpa de los que se quedan, a mi juicio, egoísta.

Por eso creo que nadie debería asumir qué es una muerte digna y cuál no, respecto a la muerte de los demás. Pienso que si soy responsable por completo de mi existencia también debería serlo de mi muerte, enfermedad terminal de por medio o no. Pero esto tampoco es el tema, sino la figura de la ortotanasia que ahora está vigente en los marcos jurídicos del Distrito Federal y Guanajuato. Repito: el paso es vacilante, pero ya se dio. Ojalá que esto no signifique congelar el debate sobre lo que tendríamos que entender sobre el concepto muerte digna. Ojalá que por lo pronto, no muera.

Más info en:
http://www.milenio.com/node/722299
http://www.eluniversal.com.mx/notas/472474.html

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