A un año de la tragedia en el Casino Royale: duelo en la ciudad indolente*





Texto y foto: Alma Ramírez

[…vengan a nacer conmigo / haremos entre todos cuenta nueva. / Quiero vivir. Lo exijo por derecho. / Pido la paz y entrego la esperanza.
“Hombre naciente”, Ángela Figuera   




La tarde del pasado 25 de agosto, un día después de que concluyera la canícula, ese lapso del verano cuando la temperatura exterior es más elevada en este lado del planeta, probablemente en cientos, quizá miles de hogares regiomontanos, daba inicio o estaba en marcha el ritual de la carne asada previo al juego Tigres-Toluca. Probablemente también, entre cerveza y cerveza o al darle vuelta a los cortes en el asador, se hablase —otro ritual de la región— acerca del calor en el ambiente, abrumador, rabioso, pegajoso, asfixiante. Sobre la avenida San Jerónimo, esquina con Jesús María González, ubicación del Casino Royale, la sensación era la misma. Pero a diferencia cualquier otro sitio, quejarse de ello allí era intrascendente, a pesar de ese comal de asfalto gigante.

Justo a un año de que un grupo de integrantes de la delincuencia organizada llegara a este sitio cargando bidones de gasolina que vaciaron en el interior del negocio para luego prenderle fuego, acción que en minutos desató una tragedia de magnitudes nunca vistas en la ciudad de Monterrey y que dio la vuelta al mundo, una parte de la comunidad convocó y participó en un acto de vigilia en memoria de las 54 personas —más dos vidas en gestación— que fallecieron víctimas del fuego y el humo, en el marco de una soberbia Sultana del Norte tableada, levantada, corrupta, torturada, irreconocible.

Cerca de las 17:00 horas, familiares de las víctimas, ex trabajadores, algunos sobrevivientes, amigos, integrantes de asociaciones civiles y ciudadanos solidarios llegaron al casino. Venían de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, a 200 metros de distancia, donde un par de horas antes se celebró una misa especial. En sus manos llevaban imágenes de la Virgen de Guadalupe, fotografías de sus seres queridos, flores. Los Sandoval, un conjunto vallenato que también participaría en el homenaje, comenzó a tocar “Los caminos de la vida”. La gente se detuvo frente a las ruinas del edificio en el único espacio posible: un carril de la avenida San Jerónimo delimitado por conos. Autos y camiones les pasaban por un costado, algunos velozmente. Otros conductores reducían la marcha para mirar. Desde sus vehículos climatizados, familias de cuatro o cinco integrantes vestidos con la playera tigre miraban brevemente a esos hombres y mujeres parados bajo el flagelante sol. Todos iban hacia algún sitio. Nadie ahí.

Las aproximadamente 200 personas se aglomeraron en ese punto, y entre la música, el ruido de la vialidad, los medios de comunicación que cubrían el acto, las voces y el silbato de un oficial de Tránsito que intentaba agilizar el tráfico, algunas se abrazaron y lloraron. Otras colgaron flores y arreglos en los restos de la barda que exhibe 52 cruces blancas de madera, una por cada víctima, así como lonas con fotografías de los fallecidos, coronas florales y pañuelos bordados con reportes de ciudadanos desaparecidos, proyecto de memoria y protesta encabezado por Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León (Fundenl). En la banqueta había una larga tela roja sobre la cual el colectivo de las ongs organizadoras del evento llamado “Voltea a ver” montó una instalación con zapatos, veladoras y cruces blancas de papel con leyendas como “paz” y “justicia”. Los rayos del sol y sus 35 grados de temperatura latigueaban a todos por igual. El dolor de los deudos ante la pérdida de un ser amado, la impunidad y la indiferencia gubernamental y social, también, y más.

Ahí, con elementos de Fuerza Civil apostados a un lado y algunos de la Agencia Estatal de Investigaciones —pues se rumoró que el gobernador Rodrigo Medina participaría en el evento, lo cual no sucedió— el director teatral Rubén González Garza hizo un pase de lista con los nombres de las víctimas. Al mencionar a cada uno, los asistentes repetían al unísono la frase “no debió morir”, acción similar a la efectuada por familiares de los menores que fallecieron en el incendio de la guardería ABC en Sonora hace tres años, otro alarde de impunidad nacional. Luego leyó el poema “Hombre naciente”, de la española Ángela Figuera Aymerich, el mismo que el catedrático Genaro Saúl Reyes leyera seis meses después de la tragedia en otro acto público. Después, la gente caminó rumbo al estacionamiento del casino, casualmente bardeado dos días antes del evento público. Ahí se dispuso la tribuna abierta, una carpa con ventiladores y sillas para los asistentes. Por turnos se cedía el micrófono a ciudadanos, representantes del Contingente Monterrey, Evolución Mexicana, + Allá de la Marcha, la Asamblea Interuniversitaria de Nuevo León, ministros religiosos, grupos musicales. Ahí también se pasó lista de los fallecidos. En el Distrito Federal, Ensenada, Austin, Florida, hubo eventos espejo como manifestación de solidaridad, para resguardar la memoria, para reflexionar, para que la indiferencia no gane la partida en una ciudad con anemia cívica.  

Vestidos de blanco, once ex trabajadores del Royale participaron en la vigilia, uno de ellos escribió su testimonio en verso y lo leyó al público. La tristeza, los recuerdos y las emociones se abrían paso. En medio del bochorno, el llanto causado por la pérdida se juntaba con el de algunos infantes fastidiados por el calor y los globos con forma de palomas que algunos pequeños llevaban consigo. Emociones que cobraban fuerza sin importar la fe. “El deseo de los humildes oíste, oh Jehová. Tú dispones su corazón y haces atento tu oído para juzgar al huérfano y al oprimido, a fin de que no vuelva más a hacer violencia el hombre de la tierra”, expresó uno de los ministros religiosos participantes.

Luego, algunos deudos tomaron la palabra. “¿Qué me dicen de nuestras autoridades, que nos dijeron con su propaganda política que darían su vida por nosotros? ¿O lo dicho por la autoridad máxima de nuestro país, que esto se resolvería caiga quien caiga? Hoy me doy cuenta que en nuestro país no hay leyes justas. Las que están sólo favorecen a quienes no deben. No se pueden solucionar las cosas más simples, como alimentos, pañales, ayuda psicológica y legal. Todo llega a cuentagotas y porque tienes que mendigar para conseguirlo. ¿Cuántos millones de pesos se gastan en publicidad electoral, cuánto dinero ofrecen por recompensas para atrapar a maleantes? No lo sé. ¿Por qué el dinero permite violar nuestras leyes?”, dijo la hija de una de las 42 mujeres fallecidas.

“Esperan que las aguas tomen su calma y nos olvidemos de todo, que nos cansemos, nos enfermemos o quizá estemos muertos. Hoy me recupero de una operación. Tanto dolor, tristeza e impotencia no traen nada bueno. Estoy aquí venciendo al cáncer. Sé que mi madre ahora es un ángel que me está ayudando y no me dejará”. Tenemos 54 ángeles que les claman justicia, y que “están en la conciencia de todos aquellos maleantes a los cuales ellos nunca dejarán vivir en paz”, remató, no sin antes reconocer la entrega del cuerpo de Bomberos, que a pesar de los escasos recursos disponibles —como hidrantes sin agua— dio todo de sí en las tareas de apagar las llamas y el rescate de víctimas.

Alrededor de las 20:00 horas, la gente que seguía a las afueras del Royale encendió las veladoras dispuestas sobre la banqueta de San Jerónimo, convirtiéndola en un altar callejero. Las actividades del evento, programadas hasta la medianoche, concluyeron tres horas antes. La realidad de la inseguridad pública, y quizá la reacción de un amplio porcentaje de una ciudad indolente al sufrimiento y a la búsqueda de justicia ajenos, adelantaron tres horas el final de la vigilia. 



*Versión original de la crónica publicada en el periódico Vida Universitaria, número 260, 15 al 30 de septiembre de 2012, suplemento "Flama", p. 9.

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