Cosas


Cuando era niña pensaba que terribles cosas me pasarían si pisaba las junturas de las aceras. Bueno, terribles suena exagerado. Negativas más bien. Paradójicamente jamás creí en las supersticiones de gatos negros, espejos rotos, pasar debajo de una escalera…a menos, claro, que el gato negro tuviese rabia y te atacase, o te hirieras con uno de los trozos del espejo, o la escalera te cayera encima. O que a alguien trepado en una escalera para pegar un espejo en la fachada de algún comercio se le cayera accidentalmente, y el espejo a su vez aplastara a un gato negro que pasara justo por debajo; o el gato, que tal vez viviera en un departamento de un tercer piso y durmiera la mona en la cornisa, le saltase a la cara a su dueño, que por haber olvidado la llave dentro, tomase una escalera para entrar a casa por la ventana donde precisamente el gato —negro— se asolea.  

El caso es que evitaba tocarlas. Como Jack Nicholson en Mejor imposible, pero no tanto. Luego vienen esos años cuyo registro mental tengo borrado. Blancos. Como vastos glaciares. Blancos y silenciosos.

Después, 2008. Noviembre. Ciudad Juárez. Uno de los pantalones que llevaba era tan viejo que de poder hablar, hubiese pedido la eutanasia. La víspera del regreso a Monterrey lo tomé y lo eché a la basura. A partir de entonces siempre que voy de viaje debo llevar conmigo algo qué desechar, sobre todo en las salidas recientes, que más que placer han sido de desintoxicación espiritual mezcla con la necesidad de restañar heridas reales o ficticias. Es posible y quizá más lógico tirar cosas aquí. La lógica, como el tiempo, es harto relativa.

Siempre son cosas viejas. Mucho. Trascendimos la superstición. En algún momento entendí que sin proponérmelo, esta acción quizá se relaciona con despedirse, dejar atrás algo que te jode la vida. Algunas cosas exigen tirar más de un objeto a la vez para finalmente cerrar el caso. Cuando ocurre significa que el duelo acabó. Entonces sientes que te falta una libra de carne, tal vez como la que Shylock pedía de Antonio a Bassanio. Una vez el objeto en el cesto, tacho, bote o contenedor de basura, viene la pregunta. ¿Y si no esculqué bien y dejé algo que deseo conservar? Ése es el momento de apretar el paso y largarse sin voltear.

Simultáneamente, así vas más ligero.          

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