Realidades alteradas, techos y crema de maní

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Nunca imaginé que alguna vez en la vida haría uso diario del Metro para transportarme al laburo, dirían en la añorada Buenos Aires. Sin embargo, llevo casi tres semanas haciéndolo y es agradable. Un texto de Juan José Millás, dentro del libro La viuda incompetente y otros cuentos (regalo de Daniel de la Fuente allá por 1998, gracias al cual me enamoré bestialmente del escritor valenciano). El motivo de este recuerdo viene al caso porque en esa narración un par de amigos jugaban desde niños a vagar por las calles de su barrio imaginando que recorrían las vías de otros países, en una suerte de realidades alternas, llegando al punto de confundirse y a ratos perder la certeza del tiempo y espacio.

Bueno, eso me pasa a veces, y agradezco no ser la única demente (por lo menos hay dos personajes ficticios que comparten esta deformación o licencia poética, como diría un compa llamado Odvidio; leyeron bien, así se escribe su nombre). Mis viajes en realidad son pocos, al extranjero sólo he ido un par de veces, hace tanto tiempo que ya lo olvidé, pero algo pasa que cuando voy de un lado a otro de la ciudad a bordo del transporte público, taxi o a pie (nunca me pasa en un auto particular) ocurre un cruce de cables, algo enciende el switch, la química de mi organismo sufre cambios o los satélites espías lanzan sus maléficas ondas sobre la población a fin de destruir su libre albedrío y su capacidad de discernimiento entre el bien y el mal.

La mirada detecta el mismo camellón de siempre, las mismas hileras de árboles, los mismos panorámicos, ad infinitud, pero que a la vez son distintos, como si una suerte de filtros modificaran por micromilímetros la realidad. Y te hallas pensando que vas a algún museo, bar, café, sitio histórico o a la casa de alguien, hecha con piedra laja y basalto, repleta de arcos, ventanas y un futón de medio pelo. Que al momento en que se abra la puerta del vagón del Metro no sentirás el bochorno de la muerta canícula sino el frío rabioso del invierno de cualquier otra parte, que obligará a tapar tu boca y nariz. Todo esto corre por la mente igual que un cortometraje mientras tienes esa mirada matutina que sólo aparece cuando el cuerpo está relajado y satisfecho, sea por haber dormido bien, o luego de un “mañanero”. O por las dos cosas.

Sólo en algunas calles el fenómeno se repite, dependerá del baúl de los recuerdos desechables que uno se resiste a tirar pensando que algún día servirán de algo. A medida que se avanza ocurre la metamorfosis, siempre y cuando se atiendan los detalles y no la generalidad. El cuarto ladrillo de la cornisa de una ventana, la desgastada línea amarilla de una banqueta, el esqueleto de un gorrión desintegrándose junto a cáscaras de naranja. Las ventanas de las casas abandonadas y el morbo son la mejor combinación. Pueden pasar horas antes de volver a la calle que lleva a casa sin haber desviado la ruta.

Por eso me atrevo a decir sin pretencioso afán que mis ojos han visto mucho más que 27 años de vida. A pesar de que uno es un poco más pequeño que el otro, como le pasa a la mayoría (si no, vean en un espejo su cara con detenimiento).

Y de paso, revisen el sentimiento que transmite su mirada. Ése es el principio.

Comentarios

lacuevadelaloba dijo…
A mí se me empaña la perspe con la crema de maní. Prefiero comerme los cacahuates a secas y sin salar. Como en las fiestas del 12 de diciembre, donde todo se ha perdido, empezando con la tocaya Tonantzin.

Y la verdad es que será la presbicia o el hartazgo, pero los rincones sabroseables son cada vez menos como a mi me gustan y más como suburbio gringo.

Yo así no juego. Por eso se vuelve una adicta a las ficciones y para eso Oceánica ni nadie tienen cura.

La amargosa por hoy
Pablo Perro dijo…
Ah que Luppa, te hace falta una barrida con ranma de pirul made in el chorrito, queseso de sentirse gringa suburbial.

No pos no, así yo no juego.
Pablo Perro dijo…
A mi me pasa al revés, tengo un ojo más grande que el otro.
lacuevadelaloba dijo…
Ayyy, no no no, nadadeso. Qué chingaos me voy a sentir gringa suburbiana! zuz zuz zuz!

Es que tal vez lo dije mal: ya no hay rinconcitos disfrutables, sino que los que quedan cada vez más se parecen a un remedo de poblacho tejano.

Y yo casi ya no tengo ojos de tanto que los uso. Los dos son chiquitos y distraídos.

Mua.
Drac dijo…
Interesante planteamiento. Todos tenemos una pizca de locura.
Claudia Lozano dijo…
Qué bien hace Millás, verdá? se vuelve un vicio.
Abrazos, cuidado con lo que dejas ver a esos ojos!!

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