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Saber escuchar es un don que muy pocas personas tienen, y muchas menos aun las que teniéndolo, lo usan. Lo ves todos los días, mientras viajas en algún medio de transporte colectivo, en la escuela, en el trabajo, a veces hasta con la pareja.

Los viajes en taxi merecen una mención aparte. –Tome Constitución hasta Venustiano Carranza, vuelta a la derecha hasta Colón y de ahí vuelta a la izquierda hasta Prolongación Madero -. Y el compa agarra todo Morones hasta Cuauhtémoc, justo al centro del caos, robando impunemente 15 minutos de tu vida y 10 pesos más de lo acostumbrado. – Es que por aquí es más rápido, señito -. Rápido has de venirte, cabrón, sinapsean tus neuronas en perfecto silencio.

O cuando en una conversación de sobremesa se debate en torno a la calidad de la educación primaria que se imparte en nuestro país y te quedas media hora con una sílaba en la boca porque alguien monopoliza el ajo, haciendo del debate un monólogo.

Y cuando por fin lanzas la frase completa eres desacreditad@ sin más por el individuo en cuestión. Podrá llamársele de cualquier forma: dominante, controlador, obtuso, sabelotodo, mamilas, pero creo que el meollo del asunto es que todo se oye, pero rara vez se escucha.

Ignoro si esto es un signo más de los tiempos protagonizados por una generación “X” cuyas patitas irán venciéndose por la vejez en unas tres o cuatro décadas, o si vivimos rodeados sin saberlo de seres mitad humano - mitad extraterrestre, cuya velocidad de pensamiento e hilación de ideas supere por mucho a la de nuestro rudimentario organismo. Eso lo sabrán los genetistas y los fans de X Files, Taken, Star Trek, Maussán y demás.

Pero viéndolo por otro lado, habrá quien piense que más que la incapacidad de escuchar, estamos de frente ante una urgente, desesperada, famélica, necesidad de ser escuchados. Porque la gente no para de hablar en los cines, en los medios, con sus mascotas, sol@s o en montón.

Queremos hablar de lo que vemos, pensamos, sentimos y más de lo que suponemos. Mucho más. Será un ejercicio de expectoración ante la sobredosis de ese tónico llamado información, del que recibimos tal cantidad que es necesario expulsarla de alguna manera.

Y es que el placer de la conversación equivale a jugar ping pong, o mejor aun, dominó. Primero: ninguna de las tres cosas es fácil, pa empezar necesitas a alguien más. Segundo: hace falta estar de acuerdo en participar. Tercero: darse margen mutuo de acción y reacción. Cuarto: por más puntos que tú o el otro ganen, el resultado final será siempre el mismo: interactuar y sus derivados, según sea el caso (diversión, aprendizaje, compartir o nomás matar el tiempo).

En el caso de los taxistas, he aprendido algo por salud mental y porque no me da la gana invertir mucha lana en tinte para el cabello. Saludo y doy indicaciones; si al tipo le valen gorro no digo ni pío. Al llegar pago lo justo de acuerdo a la ruta que propuse y salgo del auto. La indignación del ruletero es la propina a sus oídos.

Comentarios

Pablo Perro dijo…
por eso, me apego al 20.
Argüello dijo…
Decía Micheal Stipe, el vocalista de REM, que los cantantes tenían alguna rara enfermedad mental que les daba la urgente necesidad de refletores y de ser escuchados, supongo que eso tiene mucho que ver con lo que dices... Pero en fin, no hay mayor prueba de que esa necesidad de hablar y hablar que estas cosas del demonio llamadas blogs, ¿no?
Tramontana dijo…
Es más fácil hablar que oír, claro, mientras se trate de no decir cosas realmente personales.

Buena solución la de pagar lo que pides.
lacuevadelaloba dijo…
Yo les gruño fuerte desde el principio a los taxistas. Si se me ponen muy flamencos, no les pago. Hace mucho que no me ven la cara de turista sueca (jajaja sobre todo eso), se me hace que ya me boletinaron.

besito paseado

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