Tu amor es malo para mi salud - PARTE 2


(tanto este cartón como el anterior son del monero Erlich, que también publica en El País, os lo recomiendo)

Algunas personas parecen enredarse continuamente en relaciones difíciles. Lo sabe Mei, de 50 años. El primer novio, a los 15 años, era muy agresivo. "Estuve asfixiada hasta que lo dejé, a los 19, cuando entré al mundo laboral", cuenta.

A los seis meses de relación, el padre de su hija la empezó a pegar; ella consiguió dejar la droga; él no. "Era encantador, pero no en casa. Creo que me atrajo su capacidad de maltrato, porque mis padres se maltrataban verbalmente", dice Mei. Lo echó. La siguiente pareja fue muy tranquila y gratificante: "Vi que yo era la que estaba bien y se me fue el sentimiento de culpa".

Dice que la terapia le ayudó a ser consciente de su situación y ahora va "con la antena puesta", añade. "Ayudar al sujeto a descubrir cuáles son estas alianzas es el paso primordial en psicoterapia para comenzar a abrir estos circuitos tóxicos y evitar su retroalimentación", sostiene Montserrat Fornós.

Entre los hombres también se encuentran damnificados amorosos. Luis, un autor en la cuarentena, salió por pies de "un intento" de relación que ahora considera extraña.

"Creo que ella era una mujer histriónica que también vivía una eterna adolescencia. Era para volverte loco: aunque había echado a su ex porque decía que la maltrataba, no paraba de llorar por él; luego decía que estaba enamorada de otro hombre que todavía no le hacía caso, según ella; y a mí me dijo que sí y luego dudaba. Yo me apartaba, ella montaba un teatro para que volviera".

El vaso se colmó cuando al chico del cual estuvo enamorada le buscó piso enfrente de su puerta, "sin tener en cuenta mis sentimientos".

"Si estar con alguien implica la destrucción del yo, entonces mejor estar solo", dice Walter Riso, que publicará próximamente el libro Amores altamente peligrosos (Planeta / Zenith), en el que recoge diez estilos afectivos de cuyos propietarios es mejor no enamorarse porque pueden ser altamente lesivos y peligrosos para el bienestar emocional.

Una relación con un trastorno límite de personalidad tiene el peor de los pronósticos. Estas personas no saben quiénes son, ni lo que quieren, "tienen una sensación de vacío infinito y se pueden presentar de múltiples formas", señala Walter Riso. Los limítrofes son personas caóticas, que lo mismo te aman como al minuto siguiente te odian. Encima, pueden ser atractivas y tienen una energía que puede convertirlos en un imán para incautos.

Alguien con rasgos paranoides, en cambio, desconfía de todo, incluso de su pareja; el histriónico quiere ser el centro y no concibe, por ejemplo, que el otro se lo pueda pasar bien sin él; el antisocial es violento; el pasivo-agresivo necesita al mismo tiempo una pareja autoritaria y sentirse libre de control, mientras que el narcisista-egocéntrico, que puede ser un triunfador en el mundo de la empresa, suele decir a su pareja: "¡Qué suerte tienes de estar conmigo!" y se muestra con ella indiferente y arrogante.

Según la psiquiatra Iris Luna, aumentan los indicadores del narcisismo porque en la cultura posmoderna la lucha por el poder, por el prestigio, la posición como valores sociales, la competitividad, hace que ciertas personas vayan adquiriendo la necesidad de grandiosidad, de buscar siempre ser el mejor. "Una multinacional no buscará un directivo obsesivo, lento en sus decisiones, y sí a un narcisista, que pasa por encima de todo el mundo", dice Luna.

(Ora sí, mañana el resto)

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