Cosas que pasan en el metro, II

Ella subió en estación Cuauhtémoc. Su cuerpo casi abandonaba la adolescencia. Sus ropas, en las que predominaba el rosa pastel y el blanco con estampado de florecitas, revelaban que no era fan de la moda.

No había asientos disponibles, así que se quedó de pie en el vagón del metro. La acompañaba otra chica más menuda que ella.

No era ni fea ni bonita, pero todos los pasajeros, en algún momento, la observaban. Unos discretamente, otros con morbo. Sobre todo los niños, esa etapa de la vida en la que con suerte, te dirán que señalar con el dedo a alguien no es de buena educación, menos aún verlo fijamente.

Pero qué más podían hacer. Era imposible no mirarla. Infinidad de lunares tatuaban el cuerpo de la joven. Pequeños o con un diámetro similar al de una corcholata. El café oscuro de las manchas combinaba con el tono de su piel y pelo, y contrastaba con lo claro de su blusa de manga corta y sus shorts a la rodilla.

Fue para mí como una joven leoparda. Y no miento si digo que era bella. A mis ojos, así era.

Comentarios

Jorge Elías dijo…
Di click a guay, pero después me arrepentí. No porque el relato me parezca malo, al contrario me gusta bastante. La belleza está en los ojos de quien mira. Le quité la marca de guay porque en realidad no estoy seguro de lo que significa. Yo pensaba que guay quiere decir lo que en Monterrey decimos "padre" pero ¿quien define eso?. De cualquier manera, tu forma de relatar lo cotidiano me gusta mucho, felicidades.
Alma Ramírez dijo…
muchas gracias por seguir leyendo. Hablar de lo cotidiano, sin entenderlo como frívolo, es una de las alternativas para tratar de entendernos unos a otros, creo yo. Saludos.

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