De mamaces
Colonia Terminal, Mty, 1957. Alma, izquierda. Rebeca, derecha.
Hoy mi madre contaría 34 años de serlo. Ignoro si
lo buscó o no. Supongo que ahora es un dato irrelevante. Su ejercicio terminó
hace ocho años. Digamos que desde entonces el cargo dejó de ser vitalicio y se
convirtió en honorario, sólo por llamarlo de una manera no sentimental. Caigo en
cuenta de que no conozco a casi ninguna de las madres de mis amigos. Algunos
nombres, visitas fugaces, saludos, el está fulana o zutano al llamarles o
buscarles en casa. Algunas, como la mía, han muerto ya. Otras viven pero sus
hijos casi nunca les ven. En otros casos jamás se ha hablado de ellas, como si
hubiesen nacido por generación espontánea o algo así. Otros viven con ellas,
por afecto o necesidad. Otros sólo las ven para pelear con ellas. Las madres de
otros cuidan a sus nietos mientras sus hij@s trabajan.
Hay días que no son 10 de mayo y pienso cómo
sería la vida con la mía a estas alturas del partido. Y entonces pienso en personas
que miro en la calle y que han perdido alguna extremidad. Algún dedo, o los
brazos, una pierna o ambas, o las orejas. Pero no pienso en el hecho de la pérdida,
sino en el muñón. Y su sensación. Entonces sospecho que la vida es distinta si
pierdes un dedo, un brazo, una pierna o las dos, o un empleo, una madre, un
padre, el camión, tu casa, el amor, etcétera. Cada pérdida a su manera. Y
vuelvo al muñón, a esa cicatriz, que como todas las cicatrices nos recuerda
algo que perdimos, pero que vivimos para contarlo. Para contar de lo que
perdimos. Y que la vida sigue. Aunque todo sea preguntas.
Comentarios
En el amor y en el dolor hay que ser egoísta, dicen.
Te mando un abrazo.