Hay días así*


El sábado pasado fue Regina Martínez. Su cuerpo fue hallado dentro de su casa. Fue golpeada hasta morir. Regina. Corresponsal de Proceso en Veracruz. Colegas de varias partes del país repudiaron el hecho y exigieron a las autoridades dar con los responsables. Y como siempre, el estado y la Federación jugaron un rato a la papa caliente. Regina fue y es reconocida por sus compañeros como una periodista intachable, siempre denunciando la corrupción del gobierno, el mismo que baila entre las autonomías estatales y federales, culpándose entre ambas, y al mismo tiempo, así mismo. Mientras tanto, Freedom House ha clasificado a nuestro país como una nación sin libertad de prensa.

Como si eso no bastara, porque en México nunca es suficiente, este jueves 3 de mayo, día de la libertad de prensa, en ese Veracruz donde manos cobardes acabaron con la vida de Regina —no sabemos, aunque tal vez se trate de las mismas— aparecieron muertos dos fotoperiodistas del portal Veracruz News, Gabriel Huge y Guillermo Luna. Ambos se habían tomado un tiempo tras el crimen contra Yolanda Ordaz —reportera de Notiver asesinada el 25 de julio del año pasado también en Veracruz— para poner distancia y resguardar su integridad. Pero quienes asumen o asumimos la labor informativa como un deber y no como plataforma o escaparate sabemos que es un vicio que no abandona, sino más bien se prende como enredadera al muro. Ellos volvieron a lo suyo, y los mataron. Con ellos, ya suman siete los comunicadores asesinados en un lapso de dos años, sólo en Veracruz.

Apenas días después que el Legislativo nacional aprobase la Ley para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, que garantiza —o eso pretende— salvaguardar entre otras cosas, la seguridad de ambos gremios, en apego a los principios torales —en el caso del periodismo— de libertad de expresión y derecho a informar y ser informado consignados en la Constitución.

Las leyes no son chalecos antibalas. No protegen a la carne de las agresiones físicas. En teoría, protegen nuestros derechos y los de aquellos con quienes compartimos el mundo. Desde la antigüedad, han servido para establecer códigos que protegían un sinfín de asuntos humanos. La vida, uno de ellos, en el sentido de que nadie puede arrebatarle la existencia a nadie. La esencia ha sido derramada, batida, desparramada más de 60 mil veces en los últimos años. A muchos no les gusta oír eso. Es escandaloso, más fuera que dentro. Ofensivo, más dentro que fuera.

Esos nuestros muertos no volverán. Pero los llevamos cargando en nuestras espaldas. Todos los días, y hasta el día de nuestra propia muerte. Esos nuestros muertos, las razones principales por las que no se puede callar. Porque no se debe callar. Así pues, seguiremos informando.


*Columna. Sale cada quince días en Somos Uno Radio.

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