Tics
Se apoyan en un pie,
luego en otro. Rítmicamente. Tic tac, uno dos. Parpadean compulsivamente. Blinkblinkblinkblink.
Se alisan los cabellos. Izquierda derecha. Roen los labios o el interior de la
boca. Se muerden las uñas y las dejan como medias lunas. Se toman la piel de la
barbilla, la estiran un poco, la sueltan, la toman de nuevo, y repiten la acción.
Toman popotes, los doblan a la mitad y los manipulan mientras leen como si
fueran pinzas de relojero o para sacar cejas. Otros leen libritos religiosos y
cada cinco segundos levantan una pierna, la misma. En una mano el libro, con la
otra se tocan la cabeza o el costado. Todo una y otra vez. De repente aquello
parece como una coreografía de Pina Bausch. La estación del metro como fondo,
quizá sin tanta gente. La estación de metro de cualquier sitio. Alguien vomitó
dentro de uno de los vagones. Casi transparente, con motitas. Inodoro. Ruedas
que chirrían, siseos, silbatos de arribo, alarma de cierre de vagón, todo se
suma al caos de los anuncios audiovisuales y a la música de fondo. Un día pusieron
El aprendiz de mago. Fue lindo. Tantos
tics andan por la vida. El mío es observar. Si me quedase ciega, ¿qué tic le
reemplazaría? A veces pienso en ello. Especialmente cuando los ojos se me
cansan y empiezo a ver borroso, incluso con gafas. Al final, todo se cansa. Hasta
los tics, supongo, aunque se tomen su tiempo. Hora del té negro.
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