10 de mayo




Pocas veces celebré el día de las Madres. A medida que crecí y, como dijo una tía alguna vez, “los libros me metieron cosas en la cabeza y me alejaron de Dios”, le hallé menos sentido al festejo, con el argumento inicial de que madre tienes o tuviste los 365 días del año.

Así, la parafernalia de un día se fue repartiendo a diario y bajo nuestros términos. Mi clan se distingue por ser flemático antes que emotivo. Qué mayor prueba de ello que la única vez que mi madre me dijo: “te quiero mucho”, fue el día de su muerte. Y sin embargo, todo el tiempo lo dí por hecho.

Seguramente pocos se han preguntado si sus madres lo son por decisión propia, costumbre, obligación o accidente. Siempre se elige la primera, es mejor sentirnos deseados a enterarse que nuestro nacimiento fue consecuencia de una fuga de condón o de la falta de, aunque no por ello deja de tener su carga cómica.

Tampoco creo que muchos se pregunten hasta qué punto sus madres son felices, y no me refiero a las alegrías pequeñas que a veces juntándolas desembocan en razones para vivir, sino a cuestiones como si realmente ellas son felices con sus parejas -en ocasiones ni ellas lo saben-, si tienen algún sueño pendiente; si, en el caso de estar solas, en el fondo buscan el amor; o si, después de expulsar a los hijos del nido, se hallan en el conflicto de qué diablos hacer con su vida puesto que los años se fueron volando y de golpe ya no hay nada qué hacer. Si la experiencia de la maternidad fue placentera o un martirio. Si su vida sexual es plena. Si han vivido en el clóset y no se animan a salir.

Es decir, pensar en nuestras madres como mujeres con sangre en las venas y no desde el pedestal. Un ejercicio emocional sólo para mentes fuertes porque existe el riesgo de que lo que encuentres no te guste.

Días después que mi madre -corrijo y edito el sentido de posesión-, días después que Alma pasó de la vida como la conocemos a otro estadío del cual no sabemos prácticamente nada, fui a su casa a efectuar los rituales que corresponden a los vivos, como recoger su ropa y efectos personales. En una gaveta encontré un legajo. Estaba lleno de recortes de periódicos con varias de mis notas, entrevistas y crónicas. Cuando hablábamos de mi oficio siempre fue de cosas banales, del día a día, nunca de las razones que me motivaron a hacer lo que hago y que a quienes nos dedicamos a esto nos ocupan la mente y las fuerzas en pelear contra molinos de viento, robándole tiempo a los afectos en ocasiones.

Así confirmé -al menos eso quiero pensar- que en efecto, hubo amor. Sin palabras, sí. Pero preferible a frases comunes, al menos para mí.

Comentarios

lacuevadelaloba dijo…
Nunca mejor dicho, patito. Gracias por compartir esa otra visión porla rendijita de este blog.A VECES PARIR IDEAS ES MÁS DOLOROSO Y GOZOSO QUE PARIR HIJOS.
Besitos

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