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Resulta que hay momentos
en que la ausencia me duele
clava sus uñas en mi cuello
en esos pedazos del día
que deberían ser míos
pero la cabrona no entiende
-o quizá la cabrona soy yo-
le vale madre y me embosca
en la mirada de la gente
que va por la calle
o cuando leo un poema muy triste
y los vapores de Chiapas
avisan que el café está listo,
en los silencios de la madrugada
anegados de prisa
por contar lo que ocurre en el día
y que al final a nadie importa,
en los portones de Dolores y El Carmen
a media tarde lluviosa
de esas que limpian las lápidas
y las dejan olorosas
a tierra mojada
a hierba cortada,
en la cama revuelta
-solaz y descanso-
en los pasos y el zíper de la bolsa
que murmuran en algún rincón de Xalapa,
en la bandeja de mensajes
vacía como las cuencas de un ave
muerta en la banqueta,

entonces me enojo
y le grito que se vaya
porque me estorba
como un costal de escombro
en medio de las escaleras

entonces se hace chiquita
para que piense que se ha ido

pero su respiración
queda y fría
la delata.

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