Vacíos, despedidas y entre achicar o alargar la mesa




Y es que aunque el idioma español es extenso y rico hay instantes en que se te acaban las palabras. Y eso también pasa cuando escribes a pesar de que a eso te dediques, vamos, que sea tu forma –honesta o no, banal o no, patética o no– de ganarte la vida. Desde una nota periodística, un artículo de opinión, una crónica maguacatera, una columna gratuita, un comentario de dos párrafos, un ensayo estilo “casa de citas”, cuentos, poesía, novela o intentos de, lo que queda al final de escribir algo desde tus dentros te deja vacío, aunque no lo hayas dicho todo. Quizá instantes después te reactivas y vuelves a la brega, porque quienes vivimos de las palabras no podemos –o al menos yo no lo acepto–, bajar la guardia mucho tiempo.

Sin embargo, en ese lapso en que recargas pilas una se siente vulnerable, un poco fatigada quizá. A lo mejor es señal de que te estás haciendo vieja, me digo, o una casualidad cósmica que en estos días haya mirado el FB de una miembra del clan Ponce de León que lleva unos dos o tres meses de embarazo y me emocione verla radiante y feliz –sin exagerar–, con un vientre que ya se mira abultado, y abrazada al hombre, que espero, sea el de su vida, aunque me mantengo firme en la idea de que absolutamente nada en esta vida es para siempre, y que quien lo piense fue expuesto a demasiados cuentos de hadas.

Y a pesar de que piense que traer más gente a este mundo es un desperdicio y que yo no pienso contribuir a ello, no puedo evitar sentirme contenta por ella y su decisión, porque sé que eso la hace feliz, y porque soy feliz cuando la gente a mi alrededor lo es, aunque no siempre me toque a partes iguales ese sentimiento.

Sólo de esa manera comprendo el amor y nunca a través de establecer posesiones, marcajes personales, celos enfermos ni sabotaje al ser amado. Así mejor quedarse sola.

Por otra parte, me entero de que una mujer que dejó todo en su patria, Uruguay, para venir a México –también movida por el amor– volverá a su país el mes entrante, a viajar por nuevos derroteros en su vida, siempre dirigidos por otro gran amor: el jazz. A pesar de que la música nunca ha sido mi fuerte siempre admiré en secreto su don, su canto, su improvisación, en fin, su talento, ese duende diría Lorca, el que nos jala, que impulsa a dejar pedazos de uno con tal de mantener vivo el sentimiento hacia algo, lo que sea, pero siempre con el objetivo de crear, de enriquecer, de crecer. Nunca para destruirse a sí mismo o a los demás o joderles la existencia.

Dice Aída que ella ve la vida como un espiral, en cuyos aros algún día coincidiremos y veremos qué tanto hemos crecido o evolucionado. También ha dicho, en un mensaje extenso y cariñoso, que agradece todo lo conocido y aprendido en México, aunque yo diría que me hubiese encantado que no pasara por la vergüenza de ver la parte no tan linda de mi país: esa de la pobreza culera, el plomo regado en la calles, la mala leche de algunos, la corrupción denigrante, la impuntualidad y peor aun, la impunidad. Pero pues dicen que para amar algo tienes que conocer lo bueno y lo malo, y decidir si lo aceptas o no.

Pero Aída, en ese mensaje, también agradece a varias personas su compañía y el haber compartido experiencias durante su estancia acá, dirían los uruguashos. Y resulta que entre la bola, me agradece la expansión letrística. Y ahí es donde vuelvo a pensar si no me estaré haciendo vieja, porque me ha hecho llorar.

Porque nunca pienso si lo que digo o hago por o con alguien tendrá sentido o valdrá la pena. O porque quizá esté en el impasse de vulnerabilidad producto del vacío que queda después de escribir. O porque al impasse literario podríamos agregarle el ver una serie de fotos de mi prima gorda y feliz y lo comparo con las imágenes mentales del grupo de tontas crías del clan Ponce de León que cada que nos veíamos nos recibíamos a besos y a los dos días pasábamos de los besos y de jugar por las noches a Juana la Cantinera a los putazos y al baño de pasta dental que le di cuando competíamos por un lavabo en el DF.

Y si incluimos el adelanto de la despedida de Aída y su agradecimiento para mí injustificado no puedo pensar otra cosa que: carajo, alguien, en algún espacio paralelo o galaxia interconectada, debe estar riendo a mandíbula batiente porque en sí la vida en este momento, resulta la mayor paradoja de la historia.

Casi tan paradójico como decir que en algún momento, faltan palabras. De todo corazón, buen viaje a ambas.

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