Cumpleaños




He narrado algunos aspectos de Alma, como fragmentos de su infancia, su juventud, algo de su vida sentimental también. Su periplo como madre y luego como mujer divorciada por haber elegido pareja de la manera más estúpida que concibo: por puro amor, y porque tal vez suponía que era lo mejor a lo que podía aspirar alguien como ella.

Dicen que es de mal gusto hablar de los muertos. Éste no es el caso. No porque esté viva como Calderón, Paulina Rubio o yo, ni tampoco porque hablar mal de ella sea la intención, que no lo es. Mi tesis siempre ha sido que debemos desacralizar todas aquellas figuras presentes en nuestras vidas y que, por razones sólidas o no, solemos colocar en pedestales psicológicos, porque sólo así es posible entender —aunque jamás por completo— a alguien que en algún momento de la vida ha sido o es importante para nosotros. Al final la gente va y viene y lo que dejan es con lo que nos quedamos. Lo que dejan y no lo que hubiéramos deseado que dejaran. La revelación es brillante y sombría a la vez. Así que los golpes de pecho o contra las paredes sazonados con ayes de dolor son tan útiles como un gis en un pintarrón.

Alma tuvo opciones para hacer y no hacer cosas que a larga le traerían consecuencias. Eligió, no eligió y en ocasiones posiblemente tuvo opciones a la vista para dar volantazos a su vida y no las vio. Causa y efecto, sin más. A todos nos pasa, pero no todos están dispuestos a asumir el costo por ello. Y ya no importa.

El caso es que hoy, Alma cumpliría 57 años. Y que es bueno que no esté aquí en medio de tanto desmadre. Salud.

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