De semiótica




Para Óscar Efraín, soy la que no tiene malicia.

Para Daniel y Claudia, la hermana menor.

Para su madre, la hija soporte-egoísta que no quiso repetir su historia.

Para Lupe e Irma, la hija simbólica.

Para Tosto, su hembra alfa.

Para Mariano, la tía que le dio y a la que ahora pide libros.

Para Reyna, otra hermana y confidente.

Para Aza, la que sorprende cuando habla de su vida privada.

Para Tere y Lili, la Pato morra.

Para Boichat y Belinda, la sibarita —dueña de un dachshund— que un día espera ir a Barcelona.

Para Óscar, antes era dulce y ahora, amarga.

Para Lissette, la compañera de alegrías, chamba y tristezas.

Para Juan Carlos, la tía Pato cómplice de historias.

Para Charles, la que le presentó a Millás y a Palahniuk.

Para Blu, la bohemia remilgosa que bautizó a “Vivianito” y compartió el lambrusco.

Para Cristina, la zen.

Para Martha, la que le hizo el feo a Dios y prefirió los libros.

Para su padre, la que lo hizo llorar diciéndole que el respeto se ganaba, y que él nunca ganó.

Para Obed, la “chaparrita”.

Para Nacho, la intermediaria con quien bebe cerveza oscura en el Reforma.

Para Sofía, la que pasa el tiempo leyendo lenguaje no verbal.

Para Sergio y Óscar S., la rival de dominó cubano.

Para Alma, un fantasma que vive en los espejos y que fantasea con que algún día, sus ojos enciendan luciérnagas.



Para ti, ¿qué soy?

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