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Empujaba el carrito por el
pasillo que lleva al de los productos para limpiar el baño y los insecticidas. Al
virar casi choco con él. Tendría entre ocho y nueve años, pelo de cepillo y
sobrepeso. Estaba de pie, en sus manos tenía una escoba de cerdas de plástico
tan negras, brillantes y enhiestas como su pelo. Barría la superficie del pasillo, pero se detuvo como
si lo hubiese sorprendido en algo prohibido.
Lo atraje a casa con medio kilo
de jamón de pavo. No habla mucho y se ha vuelto experto en sacar el polvo de la
casa. Hasta ahora, nadie ha preguntado por él.
Alma Ramírez; junio 2012
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