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El aroma de los huevos con chorizo, culebra de aire que repta por la casa. Como algún domingo perdido en alguna Semana Santa de la década de los ochenta al norte de Coahuila, a sólo dos horas de la frontera. Tomo una aspirina. El brazo izquierdo hormiguea y ningún bicho lo recorre. Afuera hace viento. Hay una diadema de presión en mi cabeza. No quiero olvidar el orden de las palabras. Hay pocas cosas tan poco elegantes como la incoherencia. Ahí confirmas que el silencio es subestimado. Jalar aire se vuelve complicado. Alguien debió querer mucho al gato muerto que vi esta mañana en el baldío. Envolvieron su cuerpo con una toalla rosa. O tal vez no, si lo botaron ahí. Era blanco y no olía como los huevos con chorizo. Me recuesto. Hay una maraca en mi pecho. Por lo que más quieras, no olvides al gato. Las sienes palpitan. Y eso tampoco es elegante. Tiemblo.

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