Odio la sopa de letras

Entonces le dije: -yo sólo sé escribir. Hablar muy poco. Cuando lo hago imagino que cada palabra que expongo al aire se oxida, se craquela, se desmorona y se va con el aire, o si es muy pesada, cae al piso y se vuelve parte de la tierra. Y eso me da miedo, pues aunque todo se transforma y nada se destruye me queda la impresión de que nada se hubiese dicho.

Pero si sólo lo escribes, respondió, aquello queda en un papel o en un formato digital. Atrapado. Algunos lo llaman dejar constancia de. Cuando el papelito habla. Pero es lo más mudo que hay, se sobrevalora por puro romance. Al final, no importa el soporte en que las guardes, las palabras, esas bacterias que lo mismo pueden salvarte que joderte irremediablemente la vida, se columpian de sus colitas con tal de no aburrirse, se oxidan, se craquelan, se desmoronan y se van con el aire, o si son muy pesadas, caen al piso y se vuelven parte de la tierra. Y pues sí, da miedo. No a la palabra ni a lo que nombra sino a lo que llama, a lo que invoca. Cada palabra es una ruleta rusa.

-Pues sí.

-Estamos jodidos por donde lo veas, ¿verdad?

Congruente silencio como respuesta.


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