Espejos

Hay espejos en todas partes. Elementos decorativos, foros narcisistas o tortuosos, los espejos nos recuerdan cómo somos externamente, y tal vez, si miramos bien en el reflejo de las pupilas, quizá revelen algo de nuestro interior. Esos antaño portales entre el mundo de los vivos y los muertos, los mismos que los crédulos tapaban con trapos negros cuando alguien moría. 

Los espejos también nos sorprenden. Si no te miras en ellos seguido, en la primera oportunidad te enteras de cada cosa. Como cuando descubres que tu cuerpo ha cambiado tras ponerte a dieta y hacer ejercicio. Sabías que algo pasaba, pero cada quien a lo suyo y no le dabas importancia. Entonces un día llegas al vestidor, pasas frente a un espejo rápidamente, y te devuelves. Observas el reflejo. El humano promedio se regocija, se admira, se cachondea visualmente. 

Sin embargo es perturbador. Porque aunque estás consciente de que es el mismo estuche de pellejos, huesos y carne con defectos de fábrica que te ha acompañado toda la vida, al mismo tiempo no es el mismo. Podría ser un cuerpo ajeno, y también, en cierto modo lo es. ¿Le gustarán las mismas cosas? ¿Temblará de la misma manera? ¿Qué habrá pasado con los tics? ¿Los lunares ocultos por la ropa seguirán en el mismo sitio? El esternón, las costillas, una parte de la columna es más notoria. Los huesos de las manos y los pómulos también. A veces, incluso los del cráneo. Si no pusiste atención en su momento, ni te enteraste cuándo ocurrió la metamorfosis. Y eso también es perturbador.

Cuando algo te consume por dentro, ocurre algo similar. La pregunta es la misma.

¿Ahora quién soy?

Entonces, los espejos enmudecen.

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