Taca taca
Era una Olivetti Lettera 35
portátil. Supongo que mi madre la compró con sus primeros salarios como
maestra. Con ella hacía los exámenes que aplicaba a sus alumnos de primaria de
las escuelas públicas donde trabajó hasta jubilarse. Usaba esténciles tamaño
oficio, ignoro si había de otros. La guardaban en una caja de plástico flexible
que tenía un asa. Era color hueso. Dice un amigo que la Olivetti era como el
Ferrari de las máquinas de escribir. Me gustaba el sonido de las teclas cuando
golpeaban el rodillo, y el sonido de la palanca con la que movías el rodillo a
su posición inicial para escribir la próxima línea, el “ting” del final de
renglón, el olor y textura de la cinta rojinegra. La grafía redondeada, pulcra
y simple de sus letras. Los puntos de las íes, los guiones cortos, el icono de
la tecla para retroceder espacios, que era una flecha. El olor de la máquina,
una mezcla entre fierro, papel, químicos. Las tiras de corrector seco Kores y
su estuche rojo con letras blancas. Cuando le quitaba la carcaza parecía una
araña de acero de movimientos rápidos y precisos.
Con el tiempo, como todo en la
vida, la máquina iba dando de sí. Pillaba cada vez con mayor frecuencia, sus
partes rechinaban. Nadie le dio mantenimiento jamás. En algún momento mi madre
dejó de usarla, o yo me la apropié, no lo recuerdo. Con ella hice algunas
tareas desde la primaria hasta la universidad, a pesar de que para entonces ya
había computadoras. No había dinero para pagar la cuota por usar el equipo de
cómputo de la facultad, así que lo usaba solamente para trabajos finales que lo
requirieran. Además de los rechinidos, perdió algunas teclas, que pegué con una
especie de goma celeste que se usaba para adherir hojas de rotafolio a las
paredes. No duraron mucho en su sitio, así que cada que necesitaba una de las
letras ausentes, colocaba la pieza suelta en el fierro huérfano del teclado, “tac”,
lo quitaba, y repetía la operación cuantas veces fuera necesario.
Cuando me mudé de la casa
familiar, se quedó ahí; entonces ya no la usaba. Creo que mis hermanos sí. Las
computadoras eran ya herramientas indispensables. Olivetti al rincón. Todo
aquel que en algún momento usó artefactos como éste debe aceptar que las
primeras veces que manipuló el teclado de una PC aplicaba la misma fuerza en los
golpes, sea por costumbre o por el afán de reproducir el mismo sonido por pura
nostalgia, o ambas. Con la de escribir, jugaba a teclear frases completas con
los ojos cerrados o mirando hacia otro lado. Con la PC, lap, notebook, Ipad o Ipod lo hago de oficio.
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