Variación de la frase: cuando la duda te asalta

Aún era verano. Llovía poco pero constante. Volvía de hacer unos mandados. Recordé que no tenía cigarros, así que fui a un Seven que está a un par de cuadras de casa. Pero no tenían los que buscaba. El vicio fue más fuerte que los zapatos mojados, por eso caminé unos metros más rumbo a un Oxxo en Alfonso Reyes y Junco de la Vega.

Abro paréntesis: aunque estas tiendas son hoy el equivalente a los tendajos o estanquillos de la esquina de los barrios de la infancia de muchos y muchas, jamás serán lo mismo. Demasiada luz, poco cambio y neurotizantes campañas de redondeo. Cierro paréntesis.

Salí de la tienda. Misión cumplida. Mientras hacía malabares con el paraguas al tiempo que trataba de encender un cigarro ví a una mujer que se acercaba a los autos que hacían alto en el cruce en espera del cambio de luz del semáforo. Si se le miraba de reojo parecía una más de las personas que tocan las ventanillas a cambio de un peso. Sólo que en ese cruce nadie se pone a pedir ni siquiera un día con buen clima. Menos con un paraguas protegiéndole de la lluvia.

En lugar de monedas recibía salpicones de agua e indiferencia. Intuí -no queriendo- que voltearía a verme. Y sí. Comenzó a acercarse, decidida. Por milésimas de segundos me sentí desvalida al no tener las manos libres, mientras buscaba en automático una moneda en mi pantalón (con el paraguas chorreando y el cigarro encendido en la misma mano). No sé por qué en ese momento pensaba en la moneda como en una suerte de amuleto contra la sensación que me provocaba la visión de la mujer que se acercaba cada vez más.

Porque a medida que se aproximaba era evidente que a pesar de que pedía dinero, ella no tenía pinta de limosnera. Vestía pants color vino, un rompevientos gris con azul, tenis relativamente en buen estado, y el paraguas. Su cabello estaba mojado pero no lucía sucio. Tampoco su rostro ni sus manos.

Me pidió una moneda. No entendí para qué o por qué. Terminé desarmada no por qué (que no lo recuerdo) o cómo lo decía, sino por su mirada. Le di el dinero y, admito, huí. Y es que esa mirada era como la de alguien que está pero a la vez no, aunque no era la habitual en alguien bajo el efecto del alcohol o drogas. Eran un par de ojos color miel de tamaño promedio sumamente desvalidos. Quizá por eso me escabullí.

¿Qué hacía esa mujer no pordiosera la tarde lluviosa de un viernes en un cruce tan inusual?

Comentarios

dijo…
Hay cosas que nos dejan sin palabras, y sin explicación posible, por lo menos para nuestra visión de la vida... tal vez buscaba otra cosa, tal vez solo quería hablar con alguien.
mil besos
lacuevadelaloba dijo…
Cosas que la calle te regala, si las quieres ver. Por lo general andamos en la baba, con las antenas giradas a otra parte.
Bien por tu percepción que no se deja anestesiar.

¿qué te hizo pensar en la moneda y no en la pregunta? ?a qué le tuviste miedo?
Alma Ramírez dijo…
Quizá a la idea -real o imaginada- de sentirse desvalid@ y que nadie esté ahí para escucharte por lo menos.

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