Simone Simone

Tomado de la columna Perfil de Mujeres, de Coral Aguirre. Milenio.com
Domingo, 30 Noviembre, 2008

Au revoir, petit bien-aimé -tout cher petit être- vous autre ma vie, vous autre moi. Simone de Beauvoir, Lettres à Sartre

Dos veces Simone de tanta mamá, tanta guía, tanto ángel de la guarda, que fue para mí en los arrebatos de mi primera juventud. Porque desde el tropezón con El segundo sexo se me hizo una quebradura parte de la conciencia que delataba mi sexo. Así de fuerte la impronta con la que Simone de Beauvoir, a la mitad del siglo XX, sin alardes pero también sin apelación, nos selló a las mujeres, al punto que todavía hoy seguimos saliendo de ella.

Entonces aprendimos que el cuerpo no es la propiedad privada de alguien, que una pareja es libre siendo fiel y es fiel siendo libre. Que se pueden firmar manifiestos declarando Yo he hecho un aborto, con o sin este acto de por medio, como lo hiciera en 1973, junto con las que la acompañaron, Simone Signoret y Catherine Deneuve, entre muchas más.

Que uno elige la maternidad porque no se trata de la lotería, es una elección. Que se puede ser autónoma y creativa con un compañero de la calidad de Sartre. Que la frase que todo mundo cita se aplica asimismo a los hombres, porque al igual que la mujer, no se nace hombre, se llega a serlo. Que siendo tan beligerante, dio rienda suelta a una ternura ejemplar con su compañero. Ese Otro, ese Hombre, que al igual que ella, necesitaba apoyo y comprensión. Ternura llevada al límite, no sólo por la frase con que concluye La fuerza de las cosas: “En mi vida hay un solo triunfo cierto, mi relación con Sartre”, sino porque da prueba inconmensurable al pasar la última noche antes del entierro, contra su cadáver, sin permitirse dejar de abrazarlo un instante.

A pesar de su aparente dureza amó con una intensidad indoblegable. Primero a Zazá, su compañera del bachillerato muerta en plena adolescencia, dolor que la atravesó siempre y apuntado en Memorias de una joven formal; luego a Sartre, compañero de la Facultad de Filosofía. Más tarde a Nelson Algren, el escritor norteamericano, quien le produjo el mayor desconsuelo, y su partida en el avión que la lleva de regreso a Francia, la relata con pelos y señales en Los mandarines su novela más ambiciosa. Por Nelson estuvo a punto de desbaratar su vida y casi se hunde por amor, como se hundió en las aguas del lago Michigan donde veraneaba con él.

Sin embargo, estrena a sus 44 años la llegada del bello Claude Lanzmann, colaborador de Tiempos Modernos, veinte años menor que ella, quien le enseñaría que el amor siempre está a la vuelta de la esquina. Y sus cartas a Sartre y de éste al Castor, como siempre la llamaba, dan cuenta de una extraña alianza en extraños amores que compartieron una y otra vez.

La imagino andando en bicicleta por los Alpes o los Pirineos, durante la ocupación alemana inclinada sobre las interminables cartas a Jean Paul que siempre comenzaban con Mi querido pequeñito, mi amor, mi dulce pequeño, y otras ternezas semejantes. La adivino en La invitada, novela dedicada a Olga, primero su amiga, luego la amante de Sartre, luego su propia amante, ser tres y no dos, el descalabro emocional, y por fin el aprendizaje. Soñemos lo imposible como en la consigna del Mayo Francés. Aceptar la pareja, cada uno instalado en su propio departamento, y apostar a la pareja del alma no del cuerpo. Los veo por TV en la última aparición, cuatro horas, cuatro noches, donde ambos circulan por la mirada que echan sobre el mundo, ella atenta, vigilante, luego me enteraría que su compañero llevaba ya la muerte encima y los primeros síntomas de incontinencia y olvido. Por eso la mirada de él no se despega de Simone, porque en esta parte de su vida, ella es el fanal que le marca sus aciertos y sus debilidades.

Simone de Beauvoir fue escritora, pero sobre todo echó en su derredor la mirada más reveladora sobre la cuestión femenina, sin olvidarse de la antropología, la historia, el psicoanálisis, la crítica literaria, la sociología, y tanto más cuyo testimonio es su obra.

La veo a la cabeza de las movilizaciones en procura de libertad y justicia del brazo de Sartre y con su eterno turbante en la cabeza. Ella lastimó al mundo con su andar, lo quebró en dos y nos dejó la suntuosa herencia de ponerle nombre a las cosas que nos competen a las mujeres.

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