Festiva hemoglobina




Fue el dolor hecho grito lo que le hizo voltear. En el preciso instante en el cual el brazo derecho de su amante pasó de ser una extremidad superior a un conjunto de sanguinolentas tiras de carne y tendones luego de que lanzara un puñetazo a la ventana. Incluso en medio del caos pudo ver un trocito de piel enganchado a uno de los restos de vidrio que habían quedado en el marco, y que junto a otros formaban la figura de una estrella.

El pánico no se apoderó de su espíritu, pero tampoco la sangre fría. Cual autómata tomó las tres toallas recién salidas de la secadora y que había dejado dobladas sobre uno de los brazos del sofá y las colocó sobre la fuente de sangre que brotaba en un chisguete arterial interminable. Entre ambos las apretaron como pudieron. Luego tomó las llaves del auto y salieron rumbo al hospital, que estaba a unos veinte minutos de distancia en días de poco tráfico.

A mitad del trayecto, la piel de su amante tenía un color similar al de la cera. Al llegar al hospital había cambiado a tono papel. Lo suyo nunca fue memorizar datos como cuánta sangre se debe perder como para que la vida esté en riesgo. Supuso que algo andaba mal cuando al pedirle que bajara del auto no recibió respuesta porque se había convertido en un muñeco de trapo de tamaño natural. En eso llegaron un par de enfermeros que le sacaron del auto, le pusieron en una camilla y se lo llevaron al área de urgencias.

Durante un par de minutos, ella se quedó en silencio dentro del coche. Tenía entre sus manos las toallas intento de torniquete, pesadas debido a la sangre absorbida. Miro el asiento del copiloto. Había un par de manchas también. Pensó si convenía sacarlas o mejor retapizar. Desechó la segunda opción porque la fragancia de hemoglobina se combinaría con el aromatizante del auto, creando una suerte de Frankestein olfativo.

Luego recordó que no era la primera vez que su amante recurría a estúpidas tácticas de chantaje como ésa para mantenerle a su lado, sobre todo cuando la extorsión emocional dejó de surtir efecto gracias a tres meses de psicoanálisis. En una ocasión se rompió los dedos de la mano izquierda por golpear una pared, en un alarde de ataque de rabia-impotencia-celos-depresión. Otro día se lesionó las rótulas de ambas rodillas al golpear como poseso la puerta del automóvil. La mejor fue cuando se provocó un traumatismo craneal de cuidado y daños en la columna cuando se lanzó del vehículo en marcha en un acceso de furia de vuelta a casa luego de una borrachera en casa de unos amigos porque le dijo que tomaría anticonceptivos si se negaba a usar condón.

Tuvo que poner pausa en el video categoría B que corría en su mente cuando uno de los enfermeros volvió al auto para preguntarle si el herido era familiar suyo. Miró las toallas que seguían en sus manos, luego al tipo. Volvió la vista a sus manos teñidas de rojo. Levantó la cabeza y fijó sus ojos al parabrisas.

“Lo encontré herido en la calle y lo traje acá”, respondió. Metió la llave en el encendido del coche, lo echó a andar y se fue.

Antes de salir de la rotonda del área de urgencias, tiró las toallas en un bote de basura que estaba cerca de la calle. Su buena obra del día había sido consumada.

D.R. 2010

Comentarios

Areteseeker dijo…
Intenso, brutal, y al mismo tiempo sórdidamente humano.
Muy chedo, felicidades.

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