Cosas que pasan en el Metro

Poco antes de las 9:20 de la mañana de hoy, en el trayecto en Metro rumbo a estación Universidad, de pronto, un hombre habló. Su mirada es enérgica y concentrada. Calvo, de estatura promedio, moreno y curtido, muy delgado, entre cincuenta y sesenta años de edad. En la mano izquierda llevaba una bolsa del HEB, al parecer con despensa, y en la misma mano, una botella de agua Ciel similar a las de refresco de dos litros. Es un hombre que se mira limpio, por eso en los segundos iniciales hace sospechar si no se trata de una suerte de performance urbano. Busco en las caras de los pasajeros una reacción que lo confirme. Unos bajan la mirada, otros observan de soslayo al improvisado merolico, que hasta eso, tiene buena colocación de voz, dicción óptima, en fin, una voz entrenada.

A bocajarro soltó que ya es tiempo de que erradiquemos “tanta depravación y degeneración”, que primero debemos “componernos a nosotros mismos”. Luego habló del “hombre que ama a otro hombre”. Para él, eso es la depravación. Habla con precisión, sin biblias ni versículos de por medio mientras avanza de una a otra puerta del vagón. La gente espera la perorata sobre Dios, pero no llega.

Si no es performance, pensé, o está pacheco, chisqueado, ambas, o de plano está muy convencido y seguro de lo que dice.

De la estación Regina sigue la Niños Héroes. Ahí comenzó todo. Él iba como cualquier pasajero, callado y un tanto somnoliento. Y de pronto habló. Ese intro duró como un minuto. Luego guardó silencio otra vez mientras tomaba uno de los tubos de acero de la puerta. Muy tranquilo, su mirada seguía enérgica y reflexiva.

Entre Niños Héroes y Universidad, volvió a hablar. “Deberían regresarlos a sus tierras, pero en un ataúd”, dijo serena y claramente.

Calló de nuevo, justo cuando se abrían las puertas en la estación. Salió con la horda de estudiantes universitarios que metros más adelante hallarían en la Explanada de Rectoría toneladas de botellas de agua purificada, donativos para los habitantes del sur de Nuevo León que son víctimas de la sequía. Toneladas de agua donada por muchos, y que desde hace dos días —por lo menos— están a la intemperie recibiendo toda la furia del sol.

El hombre desapareció entre la gente.

Comentarios

Jorge Elías dijo…
Hermoso relato.

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