Guau

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dedicado a un perro feliz que ama el mar

Desde que tengo uso de razón los perros me han acompañado. Una doberman llamada Erika fungió de caballito en mis inicios vitales (luego pongo una foto que lo comprueba). La Muñe, una pequinés que mi primo Fidel se halló en una tarde lluviosa, cuyas uñas sobre el suelo eran sonido común en casa de mis tíos, así como la característica mandíbula inferior sobresaliente.

Luego llegaron los chuchos de todo tipo que me encontraba en la calle y quería llevar a casa. Como mamá y papá no me dejaban meterlos no quedaba otra que aprovechar cualquier descuido para sacar comida del refri y darles agua en un bote de plástico. Una vez junté mi domingo para un medicamento contra la sarna porque uno de mis hallazgos estaba infestado de ácaros. Cuando lo descubrieron lo abandonaron en un baldío.

Más tarde llegó el Killer, un pastor alemán que era todo menos asesino. Y su hijo, a los que dejé de ver cuando mis papás se divorciaron. En la prepa trabajé en una clínica veterinaria, donde aprendí a cortar el pelo de los méndigos poodles (los más pederos del reino canino después de los chihuahueños), a desparasitar, a cortarles las uñas, limpiarles las orejas y conseguir que se traguen las píldoras. Ahí supe cómo muere un perro de parvovirus.

Y una Navidad me regalaron un perro que supe que estaba sordo cuando grité su nombre a 30 centímetros de su oreja y ni se inmutó.

Siguen la Bibi, el Hunter, el Güero y la Chiquita. Me volví fan de las exposiciones caninas. El Josko del Carreño, que murió de viejito. Llegó el Botones, el perro de casa que no ha conocido el amor en sus 7 años de edad, que salta como canguro a pesar de su peso y tamaño. El mismo que me miró en inusual silencio cuando llegué a casa después que murió mi amá. Y por último, el ilustre Campeón, que odia a los niños, las campanadas, que defeca de la emoción y nos saca a pasear, compañero del buen Castañeda, que si no entendí mal su mensaje, ha decidido dejarlo en nuestras manos indefinidamente.

Me encantan los ojos de los perros. Quien diga que son estúpidos no ha puesto atención a su mirada, por lo tanto la estupidez está con alguien más. Lo mismo quienes piensan que no razonan como los seres humanos. Quizá sea cierto. Pue qué hasta sean más racionales que uno. Siempre he creído que tengo buena vibra pa los canes, porque hasta ahora jamás me han mordido. Hay estudios que indican que quien tiene una mascota vive con menos estrés que alguien que no. Creo que es verdad.

Entre más conozco a los hombres, más quiero a mi perro. A estas alturas, el autor de la frase ya tendría un criadero.


*Ilustración de Ariel Abadi, ilustrador autodidacta, director de arte y creativo publicitario. Estudió Diseño Gráfico en la Universidad Nacional de Buenos Aires y participó del Taller de Artes Visuales de Hermenegildo Sábat. Trabaja principalmente con acuarelas, tintas, pasteles y tinta china. Actualmente es miembro del Foro de Ilustradores de Argentina. Su primer libro publicado es Un rey de quién sabe dónde (Buenos Aires, Ediciones del Eclipse, 2003)que forma parte de la colección Libros-álbum del Eclipse dirigida por Istvan Schritter.

Comentarios

Pablo Perro dijo…
No hay modo de expresar la alegría projunda que me causa encontrar este textito... casi me pasa lo que al "campeón".

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