Imágenes y palabras

Enesguida comparto uno de los textos que conforman Todo son palabras, el libro más reciente de mi gurú y amor platónico Juan José Millás, periodista y escritor valenciano. Alta, pero muy altamente recomendable.

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Resistencia de materiales

El hombre y la niña de la foto, padre e hija, no están sólo frente a los escombros de un edificio, sino frente a las ruinas de su vida. Aunque no se nota a simple vista, es domingo, seguramente domingo por la tarde, así que cuando el hombre y la niña miran alrededor, ven, junto a los restos de lo que hasta hace un instante era su casa, los escombros de un domingo cuyas horas son ya meros cascotes, y sus minutos, polvo, ese polvo que queda suspendido en el aire tras las demoliciones y que se pega a la garganta como un excipiente del miedo.

De aquí a que se haga de noche, el hombre y la niña deambularán entre las horas como por entre los restos de una ciudad rota, cuidando de colocar el pie en el sitio adecuado para evitar desprendimientos. Pero si miran hacia dentro de sí mismos, tampoco encuentran otra cosa que materiales de derribo. Podrán desescombrar el solar, quizá ya lo hayan hecho, pero el hombre y la niña necesitarían siete vidas para despejar de su memoria los desechos emocionales en que han quedado convertidas sus camas, sus cepillos de dientes, sus sillas, sus cuadernos, sus días de la semana con sus noches y sus madrugadas. Lo han perdido todo, menos los brazos y las manos, que utilizan para levantar un edificio de dos cuerpos adosados capaz de resistir las cantidades insólitas de desamparo que expresan sus ojos y sus bocas. Esta foto debería estudiarse en las escuelas de arquitectura, quizá en el apartado sobre la resistencia de materiales.

Observen la combinación moral que forman los brazos de ella alrededor del cuello de su padre, y los del padre alrededor del cuerpo de su hija, y multiplíquenla por ciento cincuenta, porque tal era el número de personas que, agrupadas en veintiocho familias, vivían en ese bloque de siete plantas de la ciudad de Nablús, en Palestina.

Un día llegaron los soldados israelíes y ordenaron salir a todo el mundo con los brazos en alto. Luego entraron en el edificio con perros rastreadores que detectaron una presencia humana en el hueco del ascensor. Eliminaron al hombre—un supuesto terrorista—y a continuación dinamitaron el edificio porque sí, para amortizar el desplazamiento. Los autores del atentado no fueron detenidos ni puestos a disposición judicial porque contaban, además de con la complacencia terrorista de su Gobierno, con la complicidad de la comunidad internacional, que tolera, cuando no alienta, este tipo de acciones que ha dejado sin casas a más de diez mil personas en los últimos años.

Así que continúen ustedes multiplicando el número de brazos y de bocas y de ojos que se encuentran en una situación semejante a la de los protagonistas de esta fotografía. Sumen la cantidad de intemperie aportada por cada uno de esos cuerpos al orden internacional y comprenderán la expresión «campo de refugiados» que tanto sale en los telediarios, pero que tan poco nos conmueve.

Tomado de la página oficial de Juan José Millás

Comentarios

pepo dijo…
Palestina, Chiapas, Oaxaca, Cuba, Irak y un largo muy largo etcétera tienen estos mismos rostros con el futuro desencajado...

Palabras muy hermosas para dar fe de eventos demasiado terribles...

Salut
Pablo Perro dijo…
me gustó mucho, como no sentirlo.

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