Cachete con cachete y pechito con pechito

Siempre he considerado el baile como una interesante actividad antropológica, sobre todo cuando los movimientos carecen de armonía o son repetitivos y desincronizados, caóticos. Cuestión de enfoques. En cambio soy fácilmente seducida por una pareja que baila tango, pasito duranguense, vals, country, polka, incluso algunas coreografías de ballet o danza contemporánea. Obvio, siempre y cuando lo hagan bien, sin tampoco exigir calidad de concurso.

Y es que en el instante en que dos personas espontánea o deliberadamente unen sus manos, brazos, caderas o piernas en un ejercicio tan auténtico de sincronía, de coincidencia no sólo motriz sino almas, es cuando comienza el poder de la seducción a través de los sentidos. El compás no sólo lo da la música sino la avalancha de olfato, tacto, vista y oído, a veces hasta el gusto, todo depende de los ejecutantes. Una aventura en la que nada tienen que ver los géneros, sexos, o de si los bailarines son bonitos o feos, chaparros, deformes, jóvenes o viejos.

Pues independientemente de la carcaza que cada uno debamos cargar gracias a la genética, la alquimia y reacción que emana de quienes aceptan el reto –y lo llamo así porque no soy ducha en esas lides– equivale a un acto de magia que trasciende tiempo y espacio. Aunque sólo dure un instante. Quizá también por ello la magia sea más auténtica.

Norman Mailer, una chingonada de periodista y escritor, tituló a uno de sus libros Los tipos duros no bailan. Siempre me ha hecho gracia esa idea, porque aunque la primera imagen que te viene a la cabeza es un tío cruel, severo, cínico, que no le saca a enfrentarse a algo cuando debe hacerlo, etcétera, la interrogante, al menos para mí, es el replanteamiento del concepto dureza.

Pues aunque a ratos puede ser un acto banal, el baile exige arrojo, severidad y una alta dosis de valentía, sobre todo para quienes somos altamente selectivos ante lo que hacemos con nuestro cuerpo y con quién.

Aunque a veces, el miedo llega a ser para algunos el detonante para gastar suela en un estéril afán de demostrar o huir de algo.

En resumen, quizá el baile no sea para los tipos duros, pero tampoco para los miedosos.

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