La gente bonita de los cines (o los gruñidos de la Pato)

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dedicado a Pepe Q, cinéfilo y sibarita de primer nivel, que sí tiene buenos modales.

Acúsome de ser intolerante ante cierto tipo de gente que va a los cines. Enfermamente intolerante. Hombres y mujeres de todas las edades que al igual que yo, van a una de las tantísimas salas que hay en la ciudad. La diferencia es que tengo la impresión de que no van a ver una película, o que tal vez desean verla a su modo, quien sabe.

Sea cual sea la justificación, le declaro la guerra frontal y sin tregua a esa mutación de seres humanos que hablan en voz alta con sus acompañantes, reciben y hacen llamadas por celular, patean el respaldo del asiento donde te encuentras o roncan.

Me pudren las parejitas de novios apestosos a miel que pasan el rato contándose uno al otro los diálogos o escenas del filme aun teniendo la pantalla enfrente (antes de que alguien argumente que tal vez uno de ellos padece debilidad visual o ceguera, rebato. Los que me he topado están en perfecto uso de sus facultades visuales, de las mentales me abstengo).

Me tuercen el hígado y me derraman la bilis los que “aportan” oportunos comentarios como : “ira, ya se va a morir”, “él es el asesino”, “ya la está esperando”, y demás joyas.

Los padres y madres que, aunque la peli tenga de todo menos dibujos animados, historias de fantasía, o su clasificación no sea A, insisten en llevar al huerquerío. Lo siento, soy insensible, pero que dejen a los mocosos con un familiar, amigo, niñera o amarrados a la cama con cinta canela.

La gente que se quita los zapatos. La que sube los pies a los asientos. La que se la pasa preguntando datos históricos, cinematográficos o de filmografía a alguien más en sonido dolby. La que se encabrona, te ignora o te la hace de pedo cuando le pides que le baje el volumen a sus disertaciones. También los empleados o gerentes de los cines que te tiran a león cuando pides su intervención. Definitivamente es mejor perder unos cuantos clientes roñosos y quisquillosos como yo, que miles y miles de monos aulladores consumidores a gran escala.

Sólo conocí a los grandes cines como el Lírico o el Elizondo por fotos. El Montoya en sus últimos tiempos, cuando pasaba cintas de Disney los domingos, escala obligada antes de ir a comer a La Cabaña, al Tío o al Suez de Villagrán y pasear por el mini zoológico de la Alameda. Pero tengo la idea de que éste es un espacio donde disfrutar de propuestas audiovisuales. Y si por eso pago y a eso voy es injusto que cualquiera impida ese goce.

Cuentan que hace muchos años la gente podía fumar en las salas. Por mí sería genial que volviera esa oportunidad, pero sé que hay much@s que no les agrada, y está bien. Jamás coartaré la libertad de expresión. Pero hace falta respeto (en más de una ocasión he querido revirársela a los jodones encendiendo un cigarro y ahogarlos con el humo, pero claro, sería la primera a la que sacarían).

Poco tiempo a la fecha se han incluido anuncios donde se solicita apagar radiolocalizadotes y celulares y no hablar durante la función. Pero nadie hace caso. Después de esto, pido disculpas a algunas cuatas a las que he desintegrado con la mirada tras cometer alguna de estas fechorías. Ante este panorama procuraré ver las pelis en casita o ir a las primeras funciones de entre semana.

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