De cosas que pasan algunas noches




No existía otro término para definirla. Toda ella era una incoherencia. Una noche salió de casa hacia una fiesta en las afueras de la ciudad. En poco tiempo salió de ahí porque era la única persona sin pareja. Vivimos tiempos modernos y una situación así se supera fácilmente sólo si se es capaz de no tomarse tan en serio. Desgraciadamente su grado de incoherencia era tal que prefirió despedirse.

Pidió aventón a la civilización y se dirigió a su centro. Ahí tomó un café y leyó el periódico. Abandonó el restaurante. Aun no salía el sol. Caminó sin prisa hasta llegar a casa, para descubrir que lo que menos deseaba era entrar. Sin más transporte que sus pies optó por acurrucarse en el porche junto a su mascota. Durmió una hora más o menos. En ese lapso despertó como diez veces. El frío roía hasta el tuétano. Ladridos. Un chirrido de neumáticos. Recuerdos que acompañaban al sueño.

La penumbra seguía ahí. Terca. Eterna. Se levantó, sacudió sus ropas y caminó hasta la parada del camión. Abordó uno para alejarse de casa. Atravesó de nueva cuenta la ciudad. Llegó al mismo restaurante que había abandonado horas antes. Pidió otro café. La noche se rehusaba a cortar la juerga.

La incoherente tomó una servilleta. Fabricó un avioncito con ella.

Frente a una silla vacía, sobre la mesa, lentamente, la nave se deformaba dentro de la taza con café.

(inspirada en hechos reales)

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