Massiosare

Y estaba el morro hablando por celular a quien sabe quién en la hueva de las seis y media de la tarde cuando de pronto se bajan dos milicos que iban en una de las dos camionetas que esperaban la luz verde del semáforo de Félix U. Gómez y Colón.

Se le acercan, le piden su celular, se los da. Luego le piden la backpack que llevaba, también la entrega. Uno la revisa mientras el otro sigue hablando con él. Mientras tanto, el tráfico en un carril se atasca porque las camionetas siguen detenidas a pesar de que el verde –el del semáforo, claro– ha llegado ya. Tres soldados se quedan arriba del vehículo, tres más se bajan y se distribuyen a los costados y la parte trasera. Todos los fusiles cascareados, raspados. Uno de los soldados porta también un lanzagranadas.

Total que diez minutos después trepan al morro a la camioneta. Quedó en medio de ocho milicos. Las camionetas reanudan su marcha…sólo para cruzar Colón y detenerse de nuevo en Félix U. Gómez, a la altura de la clínica. Se bajan otros tres y suben al puente peatonal que está junto al edificio. Caminan a lo largo, observan, dicen cosas que nada más ellos escuchan. Y el morro serio, mirando de soslayo.

“Pobre muchacho, lo agarraron por estar hablando por teléfono”, comenzaron a murmurar algunos que esperaban el camión afuera de la estación del Metro. Así de pronto, la víspera del grito ofrecía algo de qué hablar antes del grito que nadie entiende, pero que muy pocos se toman la molestia de entenderlo. Tampoco importa mucho que digamos.

En la cabina de la primera camioneta, debajo de una banca de madera, junto a una hielera de hielo seco y un par de termos, un rotweiler adulto. Pobre, ha de pasar tanto calor.

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