A la primera mentira lo madreo

Domingo lluvioso por la tarde. Esperando a la Mendoza y a Salo afuera de la sede de Conarte, víspera del concierto de Geña Lión. De pronto se acerca un lavacoches, la tina y el trapo le delatan.

—Oiga, ¿me da unas monedas?
—No mijo, no traigo.

Entonces, el hombre, como de entre 25 a 35 años, se puso serio, me miró con sus pequeños y ratoniles ojos rojos, y dijo:

—Estás bien fea.
—Tú también—, respondí.
—¿Vamos a hacer competencias o qué?
—N’mbre, qué hueva.

El hombre comenzó a caminar despacio, y sosteniéndonos mutuamente la mirada, agregó:

—Aparte de fea, chaparra y ciega— (supongo que lo mencionó por mis lentes y mi 1.65 de estatura, aunque en realidad él era más bajo que yo).

Y siguió su camino por Washington al poniente.

Me pregunto qué hubiera pasado si le hubiese dado los cinco pesos que traía en uno de los bolsillos del pantalón.

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