Recordando



(advertencia: el humor negro es involuntario)

Bebía café en una pequeña taza amarilla. El café no luce mal dentro de una taza de ese color, aunque en lo personal prefiero que sean transparentes, ahumadas, también en una taza roja o azul. El día anterior una tormenta había caído en la ciudad. Mi casa estaba cerca de Lincoln, tradicionalmente inundable. Por la noche, el chofer del camión que debía subir de esa avenida hacia los sectores Santa Cecilia y Villa Mitras se negó a hacerlo, así que llegar a casa tomó más de media hora con el agua hasta las rodillas. Estaba oscuro y había que tantear el piso con los pies si no querías caer en el hoyo de alguna alcantarilla destapada.

Esa mañana cuando el café lucía bien dentro de la pequeña taza amarilla había decidido no ir a trabajar al portal de noticias de internet que hoy es tristemente célebre por usar en sus titulares palabras como “retiración” o divulgan hallazgos de mamuts muertos en Escobedo luego de un huracán, así que miraba las noticias de la tele en pijama recostada en el sofá. El mismo sofá en el cual me fletaría dos años después El Código Da Vinci en una semana, sin un empleo fijo y mientras acompañaba a madre y su fase avanzada de cáncer. Esa mañana me tocó ver en vivo a través de CNN cuando se estrellaba el segundo avión en uno de esos colosos de concreto, acero y vidrio, mientras su gemelo lucía un enorme gorro de humo negro ribeteado de fuego. Creo que todo aquel que vio eso supo que no se trataba de un accidente.

“Mmmm, como que se me hace que debería ir a la ofi”, pensé.

Así empezó mi 11 de septiembre de 2001. Y era sólo el inicio. Y yo que pensaba reportarme enferma.

¿Tú qué hacías?

Comentarios

Termómetro