Nuevos rumbos

dedicado a T... y a B...


Ayer de sopetón me entero que tres mujeres que forman parte de los círculos concéntricos brujeriles o lobunos se han o están haciendo los trámites para divorciarse de sus maridos. Sus historias eran bien conocidas por nosotras, y aunque en más de una ocasión, mientras se funge de paño de lágrimas hemos sugerido la opción del divorcio o la separación. No porque el pelao sea un magno huevón para las vainas del hogar (aunque como en el DF, ésa debería ser una causal de divorcio), se saque los mocos, deje los calzones en las escaleras o se parezca al Chapulín Colorado.

Sale a cuento cuando se vuelve cosa común que al bato le sale el mostro o le brota el Mr. Hyde. El que golpea, humilla, el que trata a quien dice amar peor que a una trabajadora doméstica. El que tortura psicológicamente diciendo que te matará a ti o a los hijos de ambos, y que a los dos días jura por lo más sagrado y con ramo de flores en mano que no lo volverá a hacer. El que cree estúpidamente que sin él no eres nada, que a nadie le importas. El que chantajea diciendo que se matará si no regresas con él.

El que cela a lo enfermo cada que sales a la calle y llama por teléfono cada dos minutos. El que cambia la cerradura de la casa cuando no estás y así no puedas sacar tus cosas. Así de variada es la violencia que estos, y muchísimos más hombres, ejercen a diario contra sus novias, parejas o esposas, en todo el mundo. Y con ellos, muchísimas mujeres se tragan el cuento y les creen t-o-d-o. Resulta muy irónico que todo esto tenga como raíz el miedo y la inseguridad en ellos y ellas mism@s.

¿Y cómo carajos no vamos a ser insegur@s si desde la infancia somos bombardeados por infinidad de modelos a seguir, que nos dicen que valemos en la medida de nuestras posesiones y que nuestras posibilidades de tener éxito en la vida dependen de factores externos? Y si a eso le agregamos las ideas precámbricas de un buen porcentaje de nuestra sociedad, la cosa pierde color.

Según la descripción del ciclo de violencia, las mujeres víctimas de ella, de no tomar decisiones oportunas, sufren de gradual incremento de ataques. Y ahí hay dos rutas: quedar más paralizada e impotente por el miedo, o que el mismo miedo genere reacciones originadas por el afán de supervivencia: atacar, defenderse o alejarse.

Las mujeres que menciono al principio prácticamente lo hicieron todo y se han alejado indefinidamente de una situación que las hizo infelices durante mucho tiempo. Dejaron de creer en las promesas y amenazas del ex. Saben que ahora la vida es más suya que nunca y que hay que cerrar ciclos para abrir otros. No va a ser fácil. Pero no están solas. Si nunca lo han estado, menos ahora.

(Todavía sigo pensando en todos esos hombres y mujeres que por no querer negociar, ceder, trabajar en eliminar su violencia o poner algo de su parte, sueltan gritos y sombrerazos para amedrentar a su pareja y evitar que se vaya. Y cuando eso deja de funcionar y el otro u otra se van, entienden que no son más que patadas de ahogado, que es más miedo a la soledad y “al que dirán” que otra cosa. Aún así, la certeza es que “todos tienen culpa menos yo”. Me parece muy triste).

*antes de que alguien piense o crea que esto es un “duro contra ellos”, le digo: se equivoca. Sabemos que hay mujeres violentas, no negamos que están entre nosotr@s.

Comentarios

Pablo Perro dijo…
Mejor ser un canalla civilizado que un marido salvaje.
Alma Ramírez dijo…
cierto, muy cierto
lacuevadelaloba dijo…
Un brindis por las comadres que abren los ojos y sueltan las velas. Hay que acompañarlas en sus primeras incursiones como recién nacidas.

Hagamos un ake con jumata, pócimas y caldera!

Yeeeeeeeee!
Pablo Perro dijo…
Ake? que miedo...

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