Bitácora de los pasos de una loba y un pato Parte 1

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Pues bien. De vuelta a la cruda realidad, lo peor del caso es que no hay alcohol de por medio pa amortiguar. Es martes y afuera las calles están inundadas de calor y hueva. Decidí no caer en las garras de la tensión, pero las formas antiergonómicas de silla en la que estoy sentada exigen lo contrario. Robaré unos minutos a la jornada para narrar, si es posible, la crónica de un viaje.

Lunes 28 de marzo. 3:00 pm. Arribamos a Zacatecas. Después del plan frustrado (again) de conocer Buenos Aires y Guanajuato, un par de brujas dejaron las escobas en casa y optaron por el autobús. Una hora después, íbamos rumbo al cerro de la Bufa. Frente a las estatuas ecuestres de Pánfilo Natera, Francisco Villa y Felipe Ángeles, la iglesia de Patrocinio fue el preludio de cinco días en lo que hicimos todo menos pensar. El tiempo se nos fue en mirar, oler, tocar, saborear y escuchar. Desde la cima del cerro, la ciudad se ofrecía gozosa pero serena.
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Luego, bajamos a la mina El Edén y como parásitos recorrimos sus entrañas. Se recomienda llevar tapabocas si se es sensible al polvo. No asistir si se padece claustrofobia o vértigo atrayente.
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Comida-cena. Sede: Acrópolis, Centro Histórico. Asado de boda (carne de puerco sazonada con chile guajillo y especias) y chimichangas (tacos de tortilla de harina dorados a manera de flautas, con guisado dentro). Agua de melón y café. La inquietud en el ambiente cuando nos pensábamos a salvo de la Sultana de Norte y de pronto, por la acera de enfrente vemos pasar al buen Sergio Cordero, énfant terrible de los excretores de la comunidá. De vuelta al entorno, van muchos saludos para él.

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Por la tarde paseillo por el centro, la plaza de armas y Catedral. Por la noche, a chelear, a chelear, que el mundo se va a acabar.

Martes 29. 11:00 am, Guadalupe, Zacatecas. Sobredosis de arte colonial. El ex convento de Guadalupe, restaurado y con diferente museografía, embosca a cada paso. No puedo dejar de ver cada uno de los cuadros que narran vida, muerte y milagros de San Francisco de Asís, y las travesuras que esconden los enigmáticos rostros, las alegorías, los guiños del autor. De ahí se sube por las escaleras cuatas (así les dicen) hasta algunas celdas y pasillos repletos de murales, retratos, esculturas y objetos diversos. El olor de humedad, polvo de siglos, tela y oscuridad me genera al mismo tiempo atracción y aversión.
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El único tache para este museo virreinal tan impresionante fue que el coro fue cerrado antes de tiempo por un descuido del encargado del área, por lo que no pudimos recorrerlo y comprobar la acústica, tan perfecta que si una si ubica en un rincón y habla en voz baja de cara a la pared, el sonido viaja hasta el otro extremo del lugar con excelente calidad, como si te hablaran al oído. También ahí se encontraba un Cristo de madera tamaño natural cuyos ojos dan la impresión de abrirse y cerrarse, resultado de una ilusión óptica. Los trucos de esta índole están presentes en buena parte del acervo del museo, donde las figuras parecían seguirte con la mirada al más puro estilacho de las clásicas películas de terror.

Le siguió el Museo del Transporte, que albergaba desde un carretón de tiempos de la Colonia, pasando por carruajes, un tranvía de mulitas y vehículos de principios del siglo XX propiedad de Don Porfirio Díaz. Monos los vehículos, aunque me gustaron más las instalaciones, que tiempo atrás fueron un orfanatorio. De ahí al Centro Platero, donde los diseños y la calidad de la joyería están como para efectuar un macro asalto en despoblado. La insigne Gualupe se merca un par de anillos con figuras de una lobota y una serpiente que harían palidecer de envidia a cualquier narco-naco, alo que ella dice: sí, y qué y qué y qué. Si alguien va para allá exijo como tributo un par de aretes, una gargantilla o de jodido un dije.

Siguiente parada: museo Pedro Coronel. En el patio central de este antiguo convento se muestran eróticos, del cuello a los muslos, los cuerpos de dos mujeres esculpidos en granito blanco y negro. Alrededor de éste, lo más representativo de las artes plásticas del siglo XX a nivel internacional. Miró, Kandinsky, Dalí, Picasso, nomás pa´ una probadita. Luego, recorrido maratónico por salas con objetos de la vida cotidiana, ceremonial y política de las culturas china, japonesa, italiana, egipcia, hindú, mexicana, africana y hasta de Oceanía. Se sugiere instalar estratégicamente algunas bancas.

Compra de dulces regionales y regalitos pa los compromisos sociales.

Comida. Sede: La Cuija, Centro Histórico, detrás de Catedral. Conejo a la campesina (paleta y piernita del lagomorfo con verduras, arroz y salsa guajilla again) y asado de boda pa la Lupa Maggiore que no lo había probado.

De ahí, a bajar el empacho caminando y babeando escaparates, probarse cuanto chunche nos hallábamos. Cayó la noche y con ella la consabida degustación de lúpulo.

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